jueves, 9 de febrero de 2017

El Trommel..el tambor de Alemania..

Sigo con la seguridad de un sonámbulo, el camino que me indica la Providencia..Adolf Hitler

No olvidemos la infancia de Hitler, así como tampoco la famosa abadía de Lambach, donde fue educado a partir de la edad de diez años. Ya en esa época el destino le reveló el emblema que había de hacer su fortuna y su desgracia: la cruz gamada.


El anciano prior de la abadía de Lambach del Traun en la Alta Austria guardaba todavía en 1930 el recuerdo del joven Adolf Hitler:


«Hitler no podía pasar inadvertido. El hijo del aduanero jubilado era, a los ojos de los habitantes, un mal muchacho que no prometía nada bueno. Ciertamente, era susceptible, indisciplinado, y gustaba de faltar a clases y correr por el bosque. Pero Hitler era muy dotado. Conservamos de él el recuerdo de un niño singularmente voluntarioso y atormentado, que sentía con arrebato el encanto de los oficios divinos, que se dejaba ganar por la poesía de nuestros claustros tranquilos, de los patios sonoros, de las tumbas. Había llamado nuestra atención y, no obstante, no tenía por aquel entonces más que diez años por sus maneras de jefe y la autoridad de su porte. Era él quien conducía a sus camaradas a través del claustro, quien les indicaba sus puestos en los bancos de la clase. Era él quien llevaba la voz cantante».






Como toda personalidad excepcional, Hitler tenía un alma compleja, inasequible, cuya extraña singularidad atrae siempre a las multitudes ávidas de curiosidad. Lo que es cierto es el aspecto profético, místico y visionario puede presentar al mundo la faz de un ser duro e insensible.

Cuando se dirigía a las multitudes, Hitler entraba verdaderamente en trance, estableciendo una comunicación mediúmnica con su auditorio, proyectando su fluído hacia la masa, de la cual, en reciprocidad, recogía su impulso, como un acumulador recoge la corriente eléctrica. Era realmente el Trommel, el tambor de Alemania, como le gustaba titularse a sí mismo.




Si Hitler pudo desempeñar ese papel de magnetizador del pueblo alemán, sin duda lo debe a sus orígenes bávaros. Alemania meridional es un semillero demédiums: Stockhamer, los hermanos Schneider, ¿no nacieron acaso, como Adolf Hitler, en la pequeña ciudad de Braunau del Inn?.


En las conversaciones privadas que sostuvo con las celebridades de su tiempo, el Führer conservaba también ese mismo poder de fascinación. Una de sus secretarias, Christa Schroeder, Doce Años Junto a Hitler ha relatado el hecho:Resultado de imagen de Christa Schroeder

«Cuando Hitler hablaba, bien fuera con un solo interlocutor o ante una multitud, ese don se manifestaba con la misma intensidad. Literalmente, fascinaba e imponía su voluntad. Emanaba de él ese fluído magnético que nos acerca a las personas o, por el contrario, nos separa de ellas. Ese extraordinario poder sugestivo explica el que hombres desesperados que acudían a verlo volvieran a partir llenos de confianza».

En el proceso de Núremberg, el mariscal Von Blomberg confirmó, gracias a su testimonio, esas afirmaciones que podrían parecer exageradas:
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«Era casi imposible contradecir a Hitler, no sólo porque hablaba siempre con una extrema volubilidad y una gran violencia, sino también porque tenía, de hombre a hombre, una influencia tan grande que uno se sentía más o menos forzado a seguirlo y a participar de sus ideas. Era indiferente que se dirigiera a un solo hombre o a un millón. Os arrastraba y os convencía a pesar vuestro. Su magnetismo personal era formidable. Tenía un enorme poder de sugestión».


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Hitler leía asiduamente Ostara, el periódico publicado desde 1905 por Georg Lanz von Liebenfels, alias Adolf Joseph Lanz, que, hecho significativo, utilizaba la cruz gamada como signo de reconocimiento.

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Para Lanz, las razas inferiores de cabellos oscuros eran los monos de Sodoma representados por la Biblia, los demonios, por oposición a los arios de ojos azules, obra maestra de los dioses, dotados de «emisores de fuerza» y de«órganos eléctricos» que les aseguraban una absoluta supremacía sobre todas las otras criaturas. Lanz pretendía despertar a los dioses que dormitaban en el hombre, a fin de dotar nuevamente a éste con la fuerza divina que le restituiría el poder original. Lanz pretendía de este modo haber formado a varios grandes hombres políticos, entre ellos a Adolf Hitler... y Lord Kitchener.

Nadie ignora que Hitler era vegetariano. Pero, ¿se ha preguntado alguien acerca de las verdaderas razones de semejante ascesis, que llegaba hasta proscribir por completo toda bebida que contuviera alcohol? Nadie se ha percatado del hecho de que el vegetarianismo hitleriano concordaba admirablemente con la doctrina cátara, al igual que el rechazo de los placeres sensuales se corresponde con la ética de los perfectos.

Otro rasgo del personaje era su afecto por los niños. Las fotografías que muestran al Führer abrazando a niños y niñas pequeños que se acercaban a él para llevarle regalos o flores no son sólo producto de la propaganda. En su vida privada, Hitler actuaba del mismo modo. Así, los cinco hijitos de Goebbels iban con frecuencia a la Cancillería o a Berghof para visitar a aquel a quien familiarmente llamaban tío Adolf y al que adoraban. Por su parte, Hitler, que para los demás tenía un carácter irascible, mostraba con ellos una paciencia angélica distribuyéndoles golosinas o contándoles divertidas historietas. Al no tener él mismo descendencia, el Canciller se titulaba el padre de todos los niños alemanes.





Pocas mujeres se encuentran en la vida de Hitler, aunque en sus tiempos de esplendor se le hayan atribuído numerosas aventuras. Tres figuras femeninas se destacan en su vida sentimental, dos nombres que él rodeó de un amor idealizado y como desencarnado: Estefanía y Eva Braun.

Hitler tenía dieciséis años cuando se enamoró por primera vez. La muchacha se llamaba Estefanía. «Todas las noches, dice Léon Degrelle, él se instalaba en el puente de Linz para verla pasar». Durante los seis meses que duró el flirteo, no se atrevió a decirle una palabra. A esa edad Hitler era muy tímido.

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La última unión del Führer fue la joven y rubia Eva Braun, que le fue presentada por su fotógrafo, Hoffmann, y con la que se casó «in extremis» el 29 de Abril de 1945. Ya en 1932 Eva había intentado poner fin a sus días por medio de un pequeño revólver que siempre llevaba en su bolso. Hitler no comprendía a las mujeres que se enamoraban apasionadamente de él. Vivía en un mundo inaccesible en el que la embriaguez de los sentidos no tenía ninguna significación, y el amor era, antes que nada, amistad.

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La vida sentimental de Adolf Hitler era alucinante. Terminó en las llamas de una hoguera cátara el 30 de Abril de 1945.

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