Fuente base: actuall.com
Tenemos que detener a los profetas de esta religión del victimismo, el resentimiento y el odio, antes de que nos enfrenten aún más.
La juventud más sumisa de la Historia, jamás había asumido con tanto entusiasmo la ideología oficial del momento: el Marxismo Cultural.
The Madness of Crowds (2019), de Douglas Murray, es uno de los libros más importantes de los últimos años. Es una llamada de atención sobre el estado de locura colectiva al que nos está arrastrando la "política de la identidad" feminista-multicultural-homosexualista.
La Política de Identidad implica el fin del individuo, que es disuelto en la tribu. El Marxismo Cultural divide a la sociedad en grupos enfrentados: sí, es la lucha de sexos, razas y orientaciones sexuales sustituyendo a la de clases. Al hacerlo, colectiviza tanto la responsabilidad moral como el pensamiento, los intereses y las necesidades. Por ejemplo, si Fulano le pega a Mengana, no se trata de una agresión de pareja sino de un episodio más de la eterna batalla en la que los hombres como colectividad intentan dominar a las mujeres como colectividad.
La Política de Identidad es vivida como una pseudo-religión, en un siglo caracterizado por el vacío existencial y el fin de los "grandes relatos". "Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo mismo no me siento demasiado bien". Pero no íbamos a ser, dice Murray, la única sociedad de la Historia sin religión. El joven de 20 años necesitado de encontrar sentido a su vida lo busca en la heroica lucha contra el machismo, el racismo y la homofobia / transfobia que le propone el marxismo cultural.
El liberalismo clásico propugnaba una sociedad en la que lo importante de cada persona fuesen sus opiniones y logros individuales, y en la que características como el sexo o la raza resultasen legal y socialmente anecdóticas. Para la Izquierda actual, en cambio, la esencia de la persona vuelve a ser, no lo que lo singulariza como individuo sino lo que lo encuadra en algún colectivo instrumentalizable por el marxismo cultural. Martin L. King ya no interesa en tanto que individuo sino en tanto que negro.
Y, ciertamente, el machismo, el racismo y la homofobia son cosas muy malas. Pero hay un pequeño problema: en el Occidente desarrollado ya no existe gente así, o, si los hay, son marginales y residuales, muy inferiores a los de cualquier otra época o sociedad. El joven social querría viajar en el autobús de Rosa Parks, marchar con las sufragettes, dejarse detener en la redada de Stonewall Inn... Pero ha nacido con entre 50 y 100 años de retraso.
El marxismo cultural, pues, lo obliga a vivir en permanente disonancia cognitiva. Los "maestros" del 68 —Marcuse, Foucault, Bourdieu, etc.— ya llevaron el "pensamiento de la sospecha" al paroxismo. No hay que dejarse engañar por las apariencias. Bajo la aparente igualdad de hombres y mujeres subyacen recónditos micro-machismos, invisibles techos de cristal, sutiles mecanismos de discriminación por ejemplo, la famosa conspiración patriarcal para impedir que las chicas estudien carreras tecnológicas. Lo mismo vale para las razas no-blancas y para las minorías sexuales, odiadas quizás en secreto por legiones de ultras.
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