lunes, 24 de junio de 2013

Los hombres que amaban a las mujeres

 
Según las militantes de izquierdas alemanas Barbara Johr y Helke Sander  un total de 2.000.000 de mujeres alemanas fueron violadas por los rusos. De ellas, 200.000 fallecieron a causa de tales salvajadas. Entre las víctimas se contaban decenas de miles de niñas y niños de hasta 10 años, pero también ancianas de 75 años.  Las vejaciones sexuales no se limitaron al episodio de la ocupación de Alemania, sino que fueron reiteradas, continuadas y se prolongaron de 1945 a 1949. El historiador Anthony Beevor, en su célebre obra sobre la batalla de Berlín, avala estas cifras. Otra fuente sobre el tema es el libro de Catherine Merridale "La guerra de los ivanes", donde son los propios soldados proletarios quienes describen las atrocidades que cometían sus compañeros. También el anónimo "Una mujer en Berlín" merece ser consultado. La esposa del canciller alemán Helmut Kohl no pudo soportar la tortura que suponía el mero recuerdo de aquellos hechos y se suicidó a una edad ya avanzada, circunstancia que da una medida de la intensidad y persistencia imborrable de los daños psíquicos.
La excusa sostenida hasta hoy para minimizar el escándalo moral de un progresismo peor que el reaccionario nazismo incluso en el trato a la mujer es que la extremada violencia contra las mujeres y niñas alemanas por parte de los soldados soviéticos era una venganza por la crueldad del frente oriental y por actos cometidos por los propios alemanes contra civiles rusos. Pero los hechos cuestionan esta habitual eximente, siendo así que la brutalidad del Ejército Rojo con las "burguesas" está documentada ya en la guerra civil contra los blancos, y que las víctimas de los rusos eran a veces mujeres polacas, prisioneras rusas o hasta judías "liberadas" de los campos. 
 una prisionera rusa afirma que "resultaba difícil convivir con los alemanes, pero esto era aún peor". También se afirma que las autoridades soviéticas no podían controlar a sus soldados, pero lo cierto es que les animaban a violar, matar y destruir, y castigaban a los pocos que trataron de impedir las atrocidades, como el comisario comunista Lev Kopelev, detenido por incurrir en "propaganda del humanismo burgués que fomenta la compasión con el enemigo". Resulta harto conocido el papel instigador del poeta oficial del régimen estalinista, el judío Ilya Ehrenburg hecho admitido por el propio Beevor pero que, una vez más, Wikipedia en español silencia con alevosa complicidad sionista.Contra lo que pudiera parecer, no sólo los rusos forzaron a las mujeres alemanas. También lo hicieron los "libertadores" del lado occidental, especialmente los norteamericanos, quienes, según la historiadora Johanna Bourke, se entregaron a "auténticas orgías de violaciones". Los yanquis, además, no se conformaban con vejarlas sexualmente, sino que de propina las prostituían para llevarse a casa algunos "ahorrillos". Simpáticos héroes de Hollywood mascando chicle.
A nuestro entender, estos hechos no pueden ser juzgados aisladamente, sino que tienen relación con los bombardeos crematorios ingleses contra civiles alemanes, el trato dado posteriormente a los prisioneros de guerra de la Wehrmacht, las hambrunas planificadas, los campos de concentración para civiles dirigidos por judíos... Sólo podemos comprender esta violencia en el contexto de un plan de exterminio del pueblo alemán que fue concebido y puesto en práctica por Washington, Londres y Moscú antes de que empezara el holocausto. Si no llegó a consumarse más que de forma parcial, no fue por la bondad de los vencedores, sino por la ruptura de relaciones entre el Este y el Oeste y el inicio de la Guerra Fría. Respecto de lo sucedido en los campos de concentración alemanes con los prisioneros, judíos y no judíos, que eran retenidos como mano de obra y a efectos militares, también nos parece imposible seguir sosteniendo que los abusos cometidos contra ellos obedecieran a la simple "maldad" alemana !no otro era el lenguaje de Kaufmann! y no a una reacción frente a actuaciones genocidas, y previas, de los presuntos defensores de la democracia y el progreso. El cuento infantil de la (supuesta) Liberación aliada, el poema épico de Normandía, nos lo podíamos creer cuando no sabíamos lo que ahora ya sabemos; la edad de la inocencia sobre la relativa bondad de los líderes "democráticos" frente a los diabólicos "nazis" terminó.
De manera que las masacres de las hordas soviéticas en la Alemania vencida y, especialmente, el trato dado a las mujeres alemanas, representarían una expresión de la política de terror que Lenin improvisó, el trotskysmo teorizó y Stalin se limitó a aplicar y a perfeccionar sobre la marcha de forma sistemática. No creo, pues, que un trotskysta como Larsson sea la persona más adecuada para hacer novela crítica de maltrato a la mujer. Al menos, para las mujeres alemanas que conocieron las exquisiteces morales del bolchevismo, la nauseabunda trilogía "Millenium" constituye una auténtica burla viniendo de quien viene. Además, que se legitime moralmente quemar vivos a los "fascistas" la muchacha de la cerilla es una clara y malévola alusión a la justeza de los bombardeos crematorios contra civiles alemanes perpetrados por los muy democráticos militares del Bomber Command británico. Podríamos continuar con los ejemplos, pero este thriller del móntón no merece la pena.

Cada año, los medios de prensa controlados por los filosionistas fabrican, mediante la prevaricación de una crítica literaria teledirigida políticamente, algún best seller que mantenga viva la fe antifascista. Se trata de auténticos bodrios, como "El niño con el pijama a rayas", pero a fuerza de insistir los medios en su genialidad, la gente termina comprándolos y se inocula, sin saberlo, de la necesaria dosis de ideología-veneno al servicio de una anticívica ceguera voluntaria. Luego viene, por supuesto, la inevitable película, que el cretino de turno también irá a ver al cine o en video, financiando por partida doble el dispositivo de lavado de cerebro construido por los nacionalistas judíos a escala mundial.
 En tales circunstancias, dudo que se escriba jamás una novela titulada "Los hombres que sí amaban a las mujeres", en la que se explique la experiencia de las mujeres alemanas con aquellos progresitas y humanistas soviéticos que en su día fueran nutridos doctrinalmente por trostskystas como Larsson. No obstante lo cual, Anthony Beevor en su "Berlín: la caída, 1945"nos permite columbrar que se trataría de una obra mucho más feminista, objetiva y real que la mamarrachada pseudo progresista de Larsson.                         

El libro de MacDonogh no deja de ser, empero, un intento de reducir al máximo la magnitud del escándalo, como en su día lo fue “El libro negro del comunismo”, donde se hablaba mendazmente de 25 millones de víctimas del nazismo (la cifra correcta rondaría los 11 millones) para hacerse perdonar de alguna manera el atrevimiento de tener que reconocer que el comunismo fue mucho peor en términos de derechos humanos y de asesinato de masas que todos los regímenes fascistas juntos. MacDonogh habla de 2,25 millones de civiles alemanes víctimas de la hambruna planificada por los ocupantes aliados. Sabemos que fueron muchos más, y quizá hasta cerca de 6 millones, por la simple comparación entre los censos de posguerra y la resta de los contingentes de los refugiados del Este y de Centroeuropa. Debemos acostumbrarnos, en la fase histórica actual, a reconocimientos “parciales” de la realidad, que deben abrir paso a nuevos estudios y que, aunque en pequeñas dosis de objetividad (para evitar un estallido cívico), permitirán desmontar la narración oficial de la “cruzada antifascista”.


El futuro nos depara la verdad, que no dejará de salir a flote y nos permitirá, entre otras cosas, comprender las “causas del holocausto”. Porque el exterminio de los judíos no se explica, como se nos pretende hacer creer, a partir del antisemitismo nazi o de la simple maldad asesina de los alemanes tesis de Goldhagen, sino del desarrollo de la guerra y de un previo plan de exterminio de Alemania que fue conocido por las autoridades nacionalsocialistas y provocó, de alguna manera, la consecuencia fatal, que ahora se nos presenta descontextualizada y, por tanto, incomprensible y diabólica. Nuestra tarea es acelerar dicho proceso de comprensión pública, puesto que los asesinos que nos gobiernan tienen previstos unos plazos muy largos en este desvelamiento de su monstruoso pasado. Para cuando eso ocurra, puede que Europa, tal como la conocemos, haya desaparecido y dicha “verdad” ya no resulte “peligrosa” para los ocupantes.
 

No se han encontrado documentos que acrediten un plan estatal de exterminio nazi de los judíos, pero sí tenemos los que prueban la existencia de un plan de exterminio aliado de Alemania que contaría, ocioso es decirlo, con el beneplácito de Moscú. La obra se titula Germany must perish y fue publicada en el año 1941 por el judío norteamericano Theodore N. Kaufman. Varios periódicos estadounidenses harto influyentes se hicieron eco de ella y la valoraron de forma muy positiva otros la criticaron. La noticia llegó, por supuesto, a Alemania, donde los medios de comunicación y la autoridad, con una finalidad claramente propagandística pero creyendo de buena fe en la realidad de la amenaza, informaron al pueblo alemán del futuro que le esperaba si era derrotado: la extinción por esterilización forzada de toda la población. No cabe duda de que la obra de Kaufman es el antecedente del plan Morgenthau, acuñado por el banquero judío estadounidense, muy próximo al presidente Roosevelt, Henry Morgenthau. Pero el método Morgenthau iba a ser la hambruna, aunque combinada también con la esterilización, de la que existen testigos directos a los que hemos podido consultar para acreditar los hechos. Se ha sostenido que el plan Morgenthau, en su forma original, no se aplicó, siendo así que hubiera implicado el exterminio de 25 millones de alemanes.


En la española brillan por su ausencia los aspectos criminales del plan Morgenthau. Pero el plan en sí es sólo la expresión de la orientación estratégica de destruir Alemania y sí tuvo consecuencias, pues, de alguna manera, se encuentra detrás de la polítca de racionamiento, a la que Pat Buchanan responsabiliza de la muerte por inanición de 750.000 civiles en realidad fueron muchos más. Cuando hablamos del plan Kaufman-Morgenthau, nos referimos menos a la articulación expresa de dicha voluntad que a la voluntad misma, que subyacía a la determinación política del bando aliado-soviético.


La aplicación del plan Kaufmann-Morgenthau


En este sentido, se puede afirmar que la aplicación del plan de exterminio fue inmediata por parte británica, que diseñó un proyecto estratégico de bombardeo "moral" de las ciudades alemanas concebido para quemar viva a la población civil, con 15 millones de víctimas previstas en risueñas conversaciones a la hora del té. A tal efecto, los ingleses diseñaron una tecnología cada vez más sofisticada de bombas incendiarias y a finales de 1941, es decir, antes de que se desencadenara el holocausto según la propia narración oficial del mismo, empezaron a masacrar a mujeres, ancianos y niños alemanes. La defensa alemana impidió que el número de asesinados alcanzara los niveles anhelados por los genocidas Churchill y Stalin, pero con todo, se calcula que alrededor de 1.100.000 de personas encontraron la espantosa muerte que los dirigentes “democráticos” y “progresistas” habían planificado para ellos. Sobre las características de los bombardeos aliados contra la población civil alemana tenemos la obra de Jörg Friedrich “Der Brand. Deutschland im Bombenkrieg, 1940-1945” (2002), afortunadamente traducida al español (“El incendio. Alemania bajo los bombardeos, 1940-1945; Madrid, Taurus, 2003). Nuestra intención no es, empero, explicar aquí lo que ya relata este libro con todo lujo de detalles, sino ir juntando las piezas del monstruoso puzle que hasta ahora Hollywood nos había ocultado.


El libro "!Alemania debe perecer!" concibe la Segunda Guerra Mundial como una lucha no contra el nazismo, sino contra elpueblo alemán. Los alemanes son, dice el judío Kaufman, bestias, y como tales hay que tratarlos. Admite que haya quizá unos 15 millones de alemanes "inocentes" el resto serían culpables, sobretodo los niños, pero razona que conviene sacrificarlos en aras del bienestar de los pueblos de la tierra. Hitler tradujo un millón de ejemplares de esta lamentable "obra" y la distribuyó entre sus soldados. 
Los efectos de la misma no se hicieron esperar en el trato dado a los judíos, sobre todo cuando se comprobó que los bombardeos ingleses no tenían objetivos militares, sino que buscaban sin embozo el asesinato en masa de la población civil alemana.

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