Idunn, la personificación de la primavera o de la juventud eterna, la cual, según algunos mitólogos, no había tenido un nacimiento y nunca experimentaría la muerte, fue cálidamente bienvenida por los dioses cuando hizo acto de presencia en Asgard junto a Bragi, su esposo. Para asegurarse su afecto, ella les prometió un bocado diario de las maravillosas manzanas que llevaba en su cesto, y que tenían el poder de otorgar la juventud y la belleza eterna a todos aquellos que las saborearan.
Gracias a la fruta mágica, los dioses escandinavos, que, ya que habían surgido de una mezcla de razas, no eran todos inmortales, evitaron el paso del tiempo y la enfermedad por ellos, y se mantuvieron enérgicos, hermosos y jóvenes durante innumerables décadas.
Consiguientemente, estas manzanas fueron consideradas una posesión muy preciada, e Idunn las atesoraba cuidadosamente en su cofre mágico. No importaba el número de ellas que extrajera, el mismo número quedaba siempre dentro para ser distribuidas en el festín de los dioses, los únicos a los que ella permitía que las saborearan, a pesar de que enanos y gigantes estaban ansiosos por poseer la fruta.
La actitud de los dioses se volvió muy amenazadora y a Loki le resultó obvio que si no ideaba los medios de recuperar a la diosa, y pronto, su vida correría un considerable peligro. Consecuentemente, aseguró a los indignados dioses que no escatimaría esfuerzos para asegurar la liberación de Idunn y, tomando prestado el plumaje del halcón de Freya, voló hasta Thrymheim, donde se encontró a Idunn sola, lamentando tristemente su exilio de Asgard y de su amado Bragi.
Transformando a la diosa en una nuez, según algunas versiones o, según relatan otros, en una golondrina, Loki la sostuvo fuertemente entre sus garras y entonces emprendió rápidamente el camino de regreso a Asgard, esperando alcanzar el refugio de sus altas murallas antes de que Thjazi regresara de la excursión de pesca en los mares del Norte a la que se había ido.
Mientras tanto, los dioses se habían congregado en las murallas de la ciudad celetial y esperaban el regreso de Loki con mucha más inquietud de la que habían sentido cuando Odín había partido en búsqueda de Odhroeir. Recordando el éxito que había tenido su estratagema en aquella ocasión, habían reunido grandes pilas de combustible, las cuales estaban preparadas para ser prendidas en cualquier momento.
Mientras tanto, los dioses se habían congregado en las murallas de la ciudad celetial y esperaban el regreso de Loki con mucha más inquietud de la que habían sentido cuando Odín había partido en búsqueda de Odhroeir. Recordando el éxito que había tenido su estratagema en aquella ocasión, habían reunido grandes pilas de combustible, las cuales estaban preparadas para ser prendidas en cualquier momento.
Vieron regresar a Loki repentinamente, pero divisaron en su estela a un gran águila. Éste era el gigante Thjazi, que había regresado súbitamente a Thrymheim, descubriendo que un halcón se había llevado a su prisionera, ave en la que fácilmente reconoció a uno de los dioses. Ataviándose rápidamente con sus plumas de águila, se lanzó rápidamente, en su persecución, alcanzando poco a poco, pero con gran rapidez a su presa.
Loki redobló sus esfuerzos mientras se aproximaba a las murallas de Asgard y antes de que Thjazi le diera alcance, alcanzó su meta y cayó exhausto entre los dioses. No se perdió ni un solo momento en prender el fuego al combustible acumulado y cuando Thjazi pasaba sobre las murallas las llamas y el fuego le llevaron hasta el suelo malherido y medio aturdido, presa fácil para los dioses, que cayeron sobre él despiadadamente y le dieron muerte.
Los Aesir se alegraron muchísimo por el rescate de ídun y corrieron a comer de las preciadas manzanas que ella había traído de regreso ilesas. Sintiendo que su acostumbrada fuerza y belleza regresaban a cada bocado, declararon afablemente que no era de extrañar que incluso los gigantes desearan probar las manzanas de la eterna juventud. Por tanto, juraron que colocarían los oojos de Thjazi en el cielo como una constelación, para suavizar cualquier sentimiento de cólera que sus parientes pudieran sentir cuando descubrieran que había caído muerto.
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