jueves, 1 de diciembre de 2016

Holocuento..el Gólgota del gran martirio judío

 ¡Vayamos a escupir sobre las tumbas de los vencidos!..

Al pináculo del Templo de Jerusalén, la asociación Yahad-In Unum formó con consejeros judíos, la más impresionante operación holocáustica que se pueda imaginar.

En los hospicios para ancianos del mundo entero habrá que recorrer en busca del último "nazi" nonagenario enfermo y lo amenazarán con un nuevo proceso judicial. Al día siguiente, si lo encuentran muerto, con sonido de trompetas todos los medios de comunicación podrán el titular: Muerto en vísperas de su detención, el criminal "nazi" escapa a su castigo. 

Se debe enseñar que la pena de muerte es mala excepto contra un "nazi"; en este último caso, es buena y la pedimos otra vez. Lo mismo con la tortura. 

En todos los testimonios de los innumerables sobrevivientes del "Holocuento". Si, por desgracia, un testimonio se revela como escandalosamente falso, eso no tiene importancia, puesto que, cuando la historia viene del corazón, las nociones de verdadero y falso ya no cuentan.

Ir en peregrinación a los santos lugares, por ejemplo a Auschwitz, transformado en un parque temático, donde no verás ni verdaderas cámaras de gas ni verdaderas ruinas de cámaras de gas. 
Todo es falso allí. Verás masas de zapatos, gafas o cabellos imaginarios gaseados o incluso pastillas de jabón supuestamente hechas de la grasa de judíos.

Olvidarás que las pastillas de jabón, tras un peritaje, revelaron ser pastillas de jabón muy corrientes. Te tragarás todo lo que se te diga al respecto. En el Holocaust Memorial Museum de Washington te inclinarás delante del mejor testimonio posible de la existencia de las mágicas cámaras de gas: por encima de un montón de zapatos más o menos gastados o reciclados, con todas sus letras podrás leer: Somos los últimos testigos: sí, los zapatos hablan.

En ese vasto museo, desprovisto de toda representación científica de cualquier cámara de gas nacionalsocialista, percibes cajas de Zyklon B, con todas tus fuerzas resistirás la tentación de llegar a creer que los alemanes las empleaban para un uso normal, el de un producto, a base de ácido cianhídrico, inventado por el científico judío hacia 1922 para matar parásitos, en particular piojos, los transmisores del tifus; te persuadirás de que los alemanes se servían de eso para matar a los judíos, condenados al exterminio.



En tu cabeza pondrás que el Mal absoluto se encarna en el "nazi", y que el Bien absoluto, en su víctima judía. Al judío lo llenarás de homenajes y ofrendas. Al "nazi" lo vilipendiarás y perseguirás hasta el fin de los tiempos.

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