Los acontecimientos del 17 al 19 de Octubre de 1945 en Stuttgart fueron intrigantemente simples.
En 1945 esto ya no era en ningún caso una cuestión, ya que Hitler estaba muerto y los Cristianos Alemanes habían sido desacreditados por amigos y enemigos por igual. En 1945, sin embargo, Martin Niemöller, recién liberado de Dachau, tenía un problema con Hitler ido y el nacionalsocialismo vencido: ¿Por qué predicar contra un Hitler muerto?.
Al poner al descubierto los crímenes de los vencedores, los historiadores revisionistas han demostrado que la culpa por la Segunda Guerra Mundial es compartida, no unilateral. Uno sólo tiene que señalar el clásico libro de David Irving "La Destrucción de Dresden" (1978), que demostró que aunque los Aliados, con la certidumbre de la victoria, tuvieron un amplio rango de opciones para actuar humanamente, ellos decidieron ser aún más brutales y rencorosos, hasta el amargo final.
Mientras la insensata e innecesaria campaña terrorista de bombardeos es bien conocida, ciertos aspectos son menos familiares.
La sabandija Martin Niemöller
Niemöller encontró su nuevo Evangelio en la misión de advertir a Alemania y al mundo de los peligros del Hitlerismo, y en la predicación de que los alemanes tenían la necesidad de arrepentirse por Hitler y por la Segunda Guerra Mundial. ¿Quién si no la Iglesia Confesional podría llevar a cabo esa cruzada en una Alemania caída, degenerada, paganizada y nazificada?. Esa imagen de una Alemania carente de cristianismo estuvo directamente de acuerdo con la propaganda de los victoriosos Aliados, y ayudó a justificar la "reeducación" y "des-nazificación" de los alemanes
Había un requisito previo inevitable para la declaración de la culpa alemana, que los ocho clérigos, liderados por Visser't Hooft, extrajeron del consejo alemán de doce personas. Visser't Hooft, adquiriendo lo que equivalía al control de la ayuda Protestante a Alemania, se sirvió de una poderosa palanca, la cual, como los acontecimientos demostraron, él estaba dispuesto a usar.
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