sábado, 20 de diciembre de 2014

La negación del verdadero genocidio

El arte de hacer la vista gorda ante el genocidio. El encarcelamiento del negador del Holocausto David Irving en Austria nos recuerda lo fácil que es imitar el mal aún cuando lo denunciamos. La ley que condenó a Irving es del tipo que habría sido invocada por los nazis, aunque lo habrían hecho con intenciones diferentes, y constituyó una ofensa rutinaria en “1984” de Orwell.

Muchos no logran ver esta ironía porque están involucrados en la mayor negación del Holocausto de todas: la negativa de ver seriamente el motivo por el que hubo un Holocausto para comenzar. Culpar de todo al antisemitismo es tan peligrosamente antihistórico como es negar su existencia. Sí, los judíos fueron las víctimas, pero ¿por qué un prejuicio antiguo y generalizado produjo un resultado tan extremo en este caso?


Evitamos esta pregunta porque nos lleva a sitios a los que no queremos ir. Como el papel de la burocracia y la tecnología modernas en la magnificación del mal. Como la fusión de los intereses corporativos y estatales de un modo que el mundo nunca había presenciado antes. Como el que la elite liberal de Alemania no haya enfrentado efectivamente el mal, actitud que la elite liberal de USA repite en la actualidad.


Algunas de las lecciones más importantes del Holocausto son simplemente pasadas por alto. Entre ellas, como ha señalado Richard Rubenstein, el hecho de que sólo podía ser cometido por “una comunidad política avanzada con una policía y una burocracia del servicio público altamente capacitadas, fuertemente disciplinadas.


En “The Cunning of History”, Rubenstein también encuentra paralelos incómodos entre los nazis y sus oponentes. Por ejemplo, un emisario judío húngaro se reúne con Lord Moyne, el Alto Comisionado británico en Egipto en 1944 y sugiere que los nazis podrían estar dispuestos a salvar a un millón de judíos húngaros a cambio de suministros militares. La respuesta de Lord Moyne: “¿Qué voy a hacer con ese millón de judíos? ¿Dónde los voy a poner? Rubenstein escribe: “El gobierno británico no se opuso de ninguna manera a la solución final, mientras los alemanes hicieran la mayor parte del trabajo.” Para ambos países, se había convertido en un problema burocrático, que Rubenstein sugiere que vemos “como la expresión de algunas de las tendencias más profundas en la civilización occidental en el Siglo XX.”


¿A cuántos escolares se les enseña que, en todo el mundo, las guerras del siglo pasado mataron a más de 100 millones de personas? Sólo en la Primera Guerra Mundial, el número de muertos fue de unos diez millones. Gran parte de esto, incluyendo el Holocausto, fue impulsado por una cultura de la modernidad que cambió tanto el poder las instituciones por sobre el individuo que este último se convirtió en lo que Erich Fromm llamó “homo mechanicus,” atraído a todo lo que es mecánico e inclinado contra todo lo que es vivo. Convirtiéndose, en realidad, en parte de la maquinaria – dispuesto a matar o a mirar sólo para que siga funcionando.


Por lo tanto, con eficiencia comparable con Auschwitz, más de 6.000 personas murieron cada día en la Primera Guerra Mundial durante 1.500 días. Rubenstein relata que durante el primer día de la Batalla de la Somme, los británicos perdieron 60.000 hombres y la mitad de los oficiales que les habían sido asignados. Pero la lógica interna burocrática de la guerra no titubeó en absoluto: durante los seis meses siguientes, más de un millón de soldados británicos, franceses y alemanes perdieron sus vidas. El avance total británico: diez kilómetros. Nadie en esa guerra siguió siendo una persona. Las semillas del Holocausto, por lo tanto, pueden encontrarse en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Los individuos se habían convertido en nada mejor que las balas que los mataban: sólo parte del arsenal prescindible del estado.


¿Pero de eso no hablamos, no es cierto? ¿No se lo enseñamos a nuestros niños, verdad?


El problema que presenta la utilización del resultado en lugar de los orígenes del Holocausto como nuestra metáfora y nuestro mensaje es que estamos totalmente desprevenidos ante semejantes prácticas, leyes, y argumentos, que pueden producir resultados similares. Estudiamos las cámaras de la muerte cuando deberíamos aprender sobre los sitios de las que provienen.

Fuente: CounterPunch

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