Algunos argumentarían que las cosas no serían tan malas si las industrias no estuvieran siempre tan preocupadas por maximizar sus ganancias. Todavía tengo que encontrar a un codicioso director corporativo dispuesto a saquear el mundo para llenar su propio bolsillo. La mayoría de ellos vive de salarios, preocupados más por la seguridad de tener un trabajo que de producir ellos mismos más dinero, las ganancias que ellos hacen van a sus inversionistas. El crecimiento económico sostenido requiere, la producción de más y más bienes. La mayoría de la gente en los países más desarrollados ya tiene las cosas que necesita para su bienestar físico, de modo que ellos tienen que ser persuadidos a comprarlas por otros motivos. El candidato obvio es la satisfacción de sus necesidades psicológicas, las necesidades de seguridad, aprobación, auto-estima, poder, estímulo, amor y otras similares. Pero los productores de todos estos bienes superfluos sólo fingen que les gustaría satisfacer estas necesidades interiores. Si llegáramos a estar interiormente realizados no caeríamos como una presa fácil de la publicidad y no compraríamos tantos de sus bienes, y ésta es la última cosa que ellos quieren. La sociedad está atrapada en un círculo vicioso. Nuestra creencia de que el bienestar material es el camino al bienestar interior es la base de nuestro amor al dinero. Nuestro amor al dinero nos conduce a querer hacer más dinero a partir del dinero que tenemos, y de esa manera al cobro de interés por préstamos. El cobro de interés conduce a la necesidad del crecimiento económico continuo, y a la necesidad de producir y vender cada vez más productos superfluos. Y para mantenernos comprando todos esos productos nos tienen que mantener creyendo que el bienestar material es el camino al bienestar interior.
Por esta razón permanecemos encerrados en un conjunto de presunciones anticuadas. Ésta es la raíz de nuestra hipnosis cultural colectiva.
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