Europa llena de mezquitas y de frenéticos bailes negroides, ya no es la Europa del gótico, ni la de Bach, Mozart o Beethoven. La cultura del nativo, que hasta ayer se vio como Cultura Superior, es hoy cultura del civilizado europeo cansado, dispuesto a pagar mercenarios para defenderse y para que le traigan el pan a casa.
El cansado nativo de Europa ya le da la espalda a Cervantes o a Shakespeare. Siente vergüenza de Wagner o de Leibniz. Rechaza a Homero o a Lord Byron. se condena inquisitorialmente a Nietzsche. Se arranca de la piel su ser y su esencia, y quisiera ser "otro", en un proceso de alienación y masoquismo interminable.
Todas las glorias de la cultura de Occidente se arrojan al vertedero de los trastos viejos, e incluso se destruyen conscientemente en el medio educativo por temor a la ofensa de ese "otro" al que se dice hipócritamente respetar. En los mismos centros educativos españoles de los que está despareciendo el griego y el latín, se introduce gradualmente el árabe.
La solución, según se dijo, sería la inmigración de extranjeros. Hubo dos bandos que se unieron bajo ese lema: por un lado, los defensores del no reconocido racismo judío de los adeptos de Kalergi que pretenden erigir un absolutismo judío sobre una masa de mestizos fácilmente gobernables, y por otro, están los líderes pragmáticos de la dominación monetaria que pretenden reemplazar a los europeos, que se están extinguiendo, por trabajadores de países subdesarrollados.
Pero los individuos condicionados por una historia étnica que los destinó a recolectar frutas y cuidar rebaños, no pueden sustituír a aquellos que por el clima despiadado se forjaron un espíritu emprendedor para luchar por cada fogón o pelear por las provisiones. Sin una educación que dura varias generaciones, los que pasan hambre en suelos ricos se sienten culturalmente sobrecargados al tener que suplantar a los que crearon riquezas en suelos pobres.