domingo, 21 de agosto de 2016

Europa, un Imperio de 400 millones de hombres

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No queremos oír ni hablar de la Europa de las patrias, como una especie de capa de frágiles costuras.
 Para nosotros la patria es un porvenir en común, no solo un recuerdo del pasado. Queremos una patria de expansión y no una patria de veneración. Hay que despertar el nacionalismo europeo frente al imperialismo ruso y norteamericano.
Jean Thiriart,

Esta Europa de las patrias es, sencillamente, la adición momentánea y precaria de los errores y de las debilidades. Todos sabemos que una suma de debilidades es igual cero. Los nacionalismos se anulan unos a otros, como se anulan los valores algebraicos de signo contrario. Los nacionalistas “cerrados sobre sí” obtienen sus propios valores del odio al vecino o del recuerdo de cualquier cosa. Pretender obtener una fuerza de la suma de todos estos particularismos desconfiados es una contradicción y carece de sentido. Para nosotros la patria es un porvenir en común, no solo un recuerdo del pasado.

En consecuencia condenamos los estrechos nacionalismos que mantienen las divisiones entre los ciudadanos de la nación europea. Tales nacionalismos deben sublimarse, servir de trampolín a una concepción política más grande y más bella: la gran nación europea. El amor a la patria debe acrecentarse hasta convertirse en amor a Europa.

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Despreciamos el patriotismo paralítico de los cementerios, el patriotismo vanidoso de los portadores de bandas y quincalla. No contamos solo con invocaciones a Bismarck o al dos de mayo para salvar a Europa. Contamos únicamente con nosotros mismos. Pero también tenemos conciencia del valor de la tradición, fecundada por una voluntad lúcida, dirigida al futuro.

Si la patria se reduce al simple recuerdo del pasado, la patria será una nimiedad. La única patria verdadera es una patria en devenir.

Europa debe ser unitaria. La Europa confederal o de las patrias son concepciones cuya complicación o imprecisión ocultan apenas la falta de sinceridad, los cálculos y las reservas mentales de quienes las defienden. 


Si queremos hacer Europa, es precisamente para que tales situaciones no ocasionen más conflictos entre hermanos europeos. La NO coincidencia de las fronteras políticas con las fronteras étnicas, lingüísticas y económicas ha originado los peligrosos focos de discordias que constituyen las minorías, y los conocidos apetitos de rapiña.



Por lo que respecta a las minorías, oprimidas o no, no hay otra solución airosa para todos que la de Europa. Cuanto más poderosamente armadas y rígidas sean las futuras fronteras de la Europa unitaria, más flexibles y móviles serán sus divisiones administrativas.

El determinismo histórico obliga a las actuales naciones a procurarse la unidad o a reforzarla, a costa de disolver u oprimir las minorías recalcitrantes.

Francia no puede aceptar que la Alsacia oriental sea lingüísticamente alemana; Italia no puede admitir tampoco que el Tirol del sur sea lingüísticamente alemán. Se juegan en ello intereses políticos y militares de ambas naciones. Por el contrario con la fórmula de la Europa unitaria todo cambia. Europa contiene a quienes Italia y Francia oprimen. 


En la Europa unitaria no habrá Estado Mayor italiano que exija, por meras razones militares, la frontera del Brennero. En la Europa unitaria no habrá otro Deroulède que nos haga creer que el Sarre debe ser devuelto a Francia y que todos los alsacianos son perfectos franceses integrados.




La Europa confederal, o dicho de otra forma, la Europa de las patrias, es la fórmula en que cada cual conserva su propio ejército y su propia diplomacia. Esta Europa es peligrosa, ya que las naciones que la componen pueden llamar en su apoyo de su política a potencias extraeuropeas.

Y así la Gran Bretaña de 1964 introduce el caballo de Troya norteamericano en Europa, y la Francia gaullista corre el riesgo de introducirnos el caballo de Troya comunista un día no lejano. Esta Europa confederal es un crimen. Queda a la altura de la Italia de 1525, cuyos príncipes suplicaban frecuentemente la intervención de España, de Francia o del Imperio: la que siempre salía perdiendo era Italia. Esta Europa de las patrias es tan incierta que se entra y se sale de ella como de un cine de sesión continua.

Nosotros la condenamos porque es la Europa abierta a las influencias extrañas. Respecto a ella, la Europa federal constituye ya un gran progreso.

En la solución federal la diplomacia y el ejército se convierten en comunes y desaparecen las fronteras económicas. Acorto plazo es una fórmula transitoria posible. Pero insisto: de manera inmediata y por una duración muy limitada.

Esta fórmula federal contiene el germen de posibles secesiones, o de crisis internas, cuando menos. La Europa federal es, de hecho, la Europa de los abogados. Al conservar cada país federado legislaciones civiles, comerciales y penales diferentes, se abre la era de los litigios y de los procedimientos judiciales en cadena.
La vida moderna en el interior de Europa conduce a intercambios cada vez más intensos de poblaciones y de actividades. A partir de ahora el conservar varios códigos civiles y de comercio es provocar la anarquía jurídica, hasta en las cuestiones más elementales…A nadie le vendrá la idea de discutir la imperiosa necesidad de un código de circulación único para toda Europa. Desde ahora nadie podrá refutar, ni rehusar la imperiosa necesidad de un Código civil único. La Europa unitaria será esto: claridad y orden.

En nuestro pensamiento la Europa federal, o sea, ejército único, puede ser el Estado preparatorio de la Europa unitaria.

La fórmula confederal es el cálculo y la reserva mental; la fórmula federal es la confusión; la fórmula unitaria es el método, el orden y la claridad.

Solo rehúsan el centralismo los que temen verse privados de una parcela de su poder actual

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