No hay ningún límite para el nihilismo que acosa a nuestra asediada cultura.
Fue una vez el primer deber de los Estados soberanos asegurar sus fronteras para mantener a sus enemigos a raya, pero ahora las fronteras repugnan a un globalizado Occidente determinado a su propia destrucción. Ahora en Occidente el infra-hombre vive en nuestro medio gracias a la genocida recepción de inmigrantes y a la negativa de nuestras autoridades a permitir que las fuerzas policiales actúen con apropiada violencia contra los bribones.
La inmigración de masas se ha convertido en el medio más eficaz para destruír el mundo occidental de un modo mucho más efectivo que cualquier otro agente revolucionario pasado.
Nuestras ciudades a través del mundo occidental han sido invadidas: el populacho migratorio que ha tomado residencia en Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, y en todas partes de Occidente, es una amenaza.
Los migrantes no están aquí para enriquecer nuestras ciudades ya atestadas, sino por otra malvada razón. Ellos están aquí para emprender otro frente en la guerra contra la civilización occidental.
Desde un punto de vista de la cohesión social, no tiene ningún sentido en absoluto permitir a una parasitaria clase baja en el propio país o permitir que una clase baja radicalmente criminal quede impune. Vivimos en un tiempo, sin embargo, que presenta una constante moralización izquierdista, y la difamación de la decreciente mayoría Blanca es simplemente lo que ha de esperarse. Los Blancos han sido convertidos en una clase enemiga. Estamos en un estado de guerra, ya sea que reconozcamos aquel hecho o no.
Occidente esta siendo destruído: desde la política, la Historia y la academia hasta los baños públicos. Nada escapa al ojo maligno de la subversión.
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