jueves, 3 de diciembre de 2015

16 de Septiembre de 1919

16 de Septiembre de 1919

Querido Señor Gemlich.
Si la amenaza con la que la judería se enfrenta a nuestra gente ha dado lugar a una hostilidad innegable por parte de un gran sector de nuestro pueblo, la causa de esta hostilidad se debe buscar en el reconocimiento claro de que la judería como tal está teniendo, deliberada o involuntariamente, un efecto pernicioso en nuestra nación, pero sobre todo en el contacto personal, en la pobre impresión que deja como individuo. Consecuentemente, el antisemitismo asume demasiado fácilmente un carácter puramente emocional. Pero esta no es la respuesta correcta. El antisemitismo como movimiento político no debe y no se puede moldear por factores emocionales, sino solamente por el reconocimiento de los hechos. Ahora los hechos son éstos:

Para empezar, los judíos son incuestionablemente una raza, no una comunidad religiosa. El judío mismo nunca se describe como un judío alemán, un judío polaco o un judío americano. Los judíos nunca han adoptado más que el lenguaje de las naciones extranjeras en cuyo medio viven. Un alemán que está obligado a hacer uso de la lengua francesa en Francia, italiano en Italia, chino en China, no se convierte de tal modo en francés, italiano o chino, no podemos, a un judío que ocurre que vive entre nosotros y que por lo tanto está obligado a usar el alemán, llamarlo alemán. Ni la fe mosaica, que sin embargo es de gran importancia para la preservación de esta raza, es el único criterio para decidir quien es judío y quien no. Hay apenas una raza en el mundo cuyos miembros pertenezcan todos a una sola religión.

Mediante la endogamia por miles de años, a menudo en círculos muy pequeños, el judío ha podido preservar su raza y sus características raciales con mucho más éxito que la mayoría de los numerosos pueblos entre quienes ha vivido. Consecuentemente, allí vive entre nosotros una raza no-Alemana, extranjera, poco dispuesta y, de hecho, incapaz de segregar sus características raciales, sus sensaciones particulares, pensamientos y ambiciones y sin embargo gozar de los mismos derechos políticos que nosotros. Y puesto que incluso los sentimientos del judío se limitan al reino puramente material, sus pensamientos y ambiciones están limitadas para ser así, incluso más fuertemente. Su danza alrededor del becerro de oro se convierte en una lucha despiadada por todas las posesiones que nosotros sentimos profundamente que no son las más elevadas y no son las únicas dignas de ser ambicionadas en esta tierra

El valor de un individuo ya no se determina por su carácter o por el significado de sus logros para la comunidad, sólo por el tamaño de su fortuna, su abundancia.

La grandeza de una nación ya no se mide por el esplendor de sus recursos morales y espirituales, sólo por la abundancia de sus posesiones materiales.

Todo esto resulta en esa actitud mental y esa búsqueda del dinero y el poder para protegerlo, que permite al judío hacerse tan falto de escrúpulos en su elección de medios, tan falto de piedad en su uso para sus propios fines. En estados autocráticos él se inclina servilmente ante la “majestad” de los príncipes y mal emplea sus favores para convertirse en un parásito en sus pueblos.

En las democracias compite por el favor de las masas, se inclina servilmente ante “la majestad del pueblo”, pero sólo reconoce la majestad del dinero.

Él debilita el carácter del príncipe con adulación bizantina; el orgullo nacional y la fuerza de la nación con ridículo y desvergonzada seducción al vicio. Su método de batalla es esa opinión pública que nunca se expresa en la prensa pero que, no obstante, es manejada y falsificada por él. Su energía es la energía del dinero, que se multiplica en sus manos sin esfuerzo y sin fin mediante el interés, y con el cuál impone un yugo a la nación que es el más pernicioso y que en su brillo disfraza sus, en ultima instancia, trágicas consecuencias. Todo lo que hace que la gente se esfuerce por metas más altas, sea la religión, el socialismo, o la democracia, es para el judío simplemente medios para un fin, la manera de satisfacer su avaricia y sed de poder.

Los resultados de sus trabajos son tuberculosis racial para la nación.

Y esto tiene las siguientes consecuencias: el antisemitismo puramente emocional encuentra su última expresión en forma la de pogromos. El antisemitismo racional, por el contrario, debe llevar a una lucha sistemática y legal contra, una erradicación de, los privilegios que los judíos disfrutan sobre otros extranjeros que viven entre nosotros (Leyes de Extranjeros). Su objetivo final, sin embargo, debe ser la eliminación total de todos los judíos de nuestro medio. Ambos objetivos sólo pueden ser alcanzados por un gobierno de fuerza nacional y no por uno de impotencia nacional.

La República Alemana debe su nacimiento no a la voluntad nacional unida de nuestro pueblo, sino a la explotación secreta de una serie de circunstancias que, tomadas juntas, se expresan en una profunda, universal insatisfacción. Esas circunstancias, sin embargo, surgen independientemente de la estructura política y están en funcionamiento incluso hoy. De hecho, incluso más que antes. Por consiguiente, una gran parte de nuestro pueblo reconoce que el cambio de la estructura del estado no puede en sí mismo mejorar nuestra posición, esto sólo puede ser conseguido por el renacimiento de las fuerzas morales y espirituales de la nación.

Y este renacimiento no puede ser preparado por la dirección de una mayoría irresponsable influida por dogmas de partido o por las frases de captación internacionalistas y eslóganes de una prensa irresponsable, sino sólo por actos determinados de parte de un liderazgo de conciencia nacional con un sentido propio de la responsabilidad.

Este mismo hecho sirve para privar a la república del soporte interno de las fuerzas espirituales, que cualquier nación necesita, muy gravemente. Por consiguiente, los actuales líderes de la nación están obligados a buscar apoyo de aquellos que se han beneficiado solos y continúan beneficiándose de cambiar la forma del estado alemán, y quienes por esta misma razón se convirtieron en la fuerza motriz de la revolución –los judíos. Despreocupándose de la amenaza judía, la cual es reconocida indudablemente incluso por los líderes de hoy (como varias afirmaciones de personalidades prominentes revelan), esos hombres están obligados a aceptar los favores judíos para su provecho privado y a corresponder esos favores. Y la correspondencia no implica meramente satisfacer todas las demandas judías posibles, sino, sobre todo, obstaculizar la lucha del pueblo traicionado contra sus defraudadores saboteando el movimiento antisemita.

Suyo,
Adolf Hitler

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