La idea de que el individuo es soberano es un concepto erróneo.
El desapego del yo del conjunto del mundo circundante, incluido el propio cuerpo, se manifestó en diferentes grados por diferentes lados de la personalidad humana en múltiples formas culturales. Sin embargo, hay un punto de partida biológico, una condición previa biológica necesaria, que consiste en el hecho de que un hombre no ha nacido hombre sino que debe convertirse en hombre.
A lo largo de la historia, en todas las culturas, los hombres se convirtieron en hombres solo al probar su masculinidad en competiciones arriesgadas con el entorno y con otros hombres adversarios. Es esta lucha para convertirse en un hombre a los ojos de otros hombres lo que produce la diferenciación consciente del ego masculino del entorno envolvente parecido al útero.
Pero esta diferenciación no puede verse como el primer signo cultural de una personalidad humana emergente; es solo una precondición necesaria, muy importante, para hacernos comprender que debemos evitar mirar alguna experiencia religiosa, algún movimiento intelectual o artístico, para el primer comienzo del individualismo. En su lugar, debemos buscar lo que hoy se considera el aspecto menos civilizado de la naturaleza humana: la lucha contundente y violenta de los hombres para convertirse en hombres.
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