martes, 17 de noviembre de 2015

Los siete elementos

Ahora creo que esta extraña debilidad, a diferencia de tantas de nuestras peculiaridades, no es una simple idiotez congénita y hereditaria. Dicha debilidad está compuesta de una perversión de cualidades diferentes; una perversión causada y fomentada por ciertos pérfidos sujetos que abusando del resultado de la prosperidad, el poder y la dominación del mundo que nosotros los occidentales conseguimos por nosotros mismos y disfrutamos en siglos recientes. 

Todos los siete elementos de nuestra mentalidad que voy a enumerar son buenas cualidades, al menos en el sentido de que son innatas en nosotros, que no podríamos eliminarlas de nuestra herencia genética si lo quisiéramos, y que tenemos que aceptarlas necesariamente. Podríamos comentar mucho sobre cada una de ellas, y sería particularmente interesante compararnos con otras razas en cada punto, pero debo enumerarlas tan brevemente como sea posible, con sólo una palabra o dos de explicación para hacer claro mi significado.


• La primera es la imaginación, que está altamente desarrollada en nosotros, y que es vívida; una imaginación que significa, entre otras cosas, que tenemos una necesidad espiritual de una gran literatura: tanto de una literatura de experiencias sustitutas como de una literatura de lo fantástico y maravilloso que trasciende el mundo de la realidad. Pero este don trae consigo, por supuesto, el peligro de que podamos no distinguir claramente entre una imaginación vívida y algo que podamos ver realmente en el mundo.

• Segunda, el sentido del honor personal que es tan fuerte en nosotros, y que parece tan fatuo y tonto a otras razas. Es éste, entre otras cosas, el que nos da la concepción de un combate honorable cuando hombres de nuestra raza se encuentran como oponentes en la guerra. Él nos da la ética caballeresca que ustedes ven cuando Diómedes y Glauco se encuentran en las planicies de Troya y en toda la historia subsecuente de nuestra raza. Él también nos expone al peligro de comportarnos de modo caballeresco con aquellos para quienes estos estándares son una locura.

• La tercera es la capacidad para el pensamiento objetivo y filosófico, que virtualmente está limitada a nuestra raza y que nos permite ponernos a nosotros mismos mentalmente en la posición de otros, pero que simultáneamente nos expone al riesgo de imaginar que sus pensamientos y sentimientos son los que serían los nuestros.

• La cuarta es nuestra capacidad de compasión. Tenemos una renuencia racial a causar dolor innecesario, y nosotros mismos nos angustiamos ante la vista del sufrimiento. Ésta es, por supuesto, una peculiaridad que atrae sobre nosotros la burla y el desprecio de la mayoría numérica de la población del mundo, que son seres constituídos diferentemente. Los salvajes de África, quienes son ahora vuestros amos, en el sentido de que ustedes tienen que trabajar para ellos cada día, encuentran el espectáculo de un ser humano bajo tortura simplemente hilarante. Y cuando ellos ven a un cautivo cegado, retorciéndose con sus miembros rotos mientras lo aguijonean con hierros al rojo vivo, se ríen con alegría, con júbilo, un verdadero júbilo, que es mayor que el que la farsa más divertida en algún escenario haya provocado en ustedes. Ustedes pueden buscar en vano en la vasta y respetable literatura de China algún rastro de compasión por el sufrimiento per se.

• Quinta, nuestra generosidad, tanto como individuos y como nación, lo que naturalmente atrae sobre nosotros el menosprecio de aquellos a quienes la brindamos en el extranjero.

• La capacidad de auto-sacrificio es la sexta; y ella está, por supuesto, altamente desarrollada en nosotros, pero es una base necesaria para la existencia de cualquier sociedad civilizada. Ningún pueblo que esté por sobre el nivel del salvajismo irreflexivo puede sobrevivir en este mundo sin algún instinto o alguna creencia que haga que sus hombres jóvenes den sus vidas por la preservación de la sociedad en la que nacieron.

• Y la séptima y última es el sentimiento de religión, el cual por supuesto es común a toda la Humanidad, aunque aquí nuevamente toma una forma distintiva en nosotros. Durante quince siglos la religión del mundo occidental ha sido el cristianismo, el cristianismo occidental, y no hay otra religión ahora conocida o incluso imaginable que pudiera tomar su lugar. Pero es simplemente un hecho histórico, que debemos deplorar pero que no podemos cambiar, el que sólo una pequeña parte de nuestra población actual, el 12 ó el 15%, realmente cree que Cristo era el hijo de Dios, que el alma es inmortal, y que nuestros pecados serán castigados en una vida futura. Esto significa que el instinto religioso, que es parte de nuestra naturaleza, no encuentra satisfacción en una fe incondicional en la mayoría de nuestra gente, de modo que aquellos instintos frustrados están disponibles para su explotación por cualquier sinvergüenza semi-astuto, como bien lo saben los leguleyos y rufianes que ahora ocupan la mayoría de los púlpitos. Cuando en un pueblo se pierde la fe, lo que Pareto llama el residuo religioso se vuelve su punto más vulnerable, su talón de Aquiles. Se trata de la necesidad insatisfecha de una fe incondicional en un poder superior.

Ahora, se produjo en nosotros una perversión de todas estas cualidades durante los siglos de nuestra dominación, dándonos una concepción completamente falsa de los otros pueblos. Nosotros hemos imaginado que por alguna magia podríamos transmitirle a ellos no sólo nuestras posesiones materiales sino también las cualidades de nuestra mente y alma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario