Hoy a nuestros hijos se les enseña que la gente que vivía en el tiempo precolombino no eran salvajes indios despiadados, que se deleitaban con la tortura y el canibalismo, sino más bien nativos espiritualmente iluminados cuya nobleza sabia y pacífica fue salvajemente destruída por la invasión de bárbaros europeos, eran los defensores de una civilización avanzada que fue destruída por los brutales conquistadores españoles.
Bernal Díaz del Castillo describe la marcha sobre Méjico con su capitán, Hernan Cortés, en 1519. Las fuerzas españolas partieron desde el Golfo de Méjico, y una de las primeras ciudades que ellos visitaron fue Cempoala, situada cerca de la costa, donde Cortés le dijo a los jefes que ellos tendrían que abandonar sus ídolos en los cuales ellos equivocadamente creían y adoraban, y no sacrificar más almas a ellos.
Como relata Díaz:
Cada día ellos sacrificaban delante de nuestros propios ojos tres, cuatro o cinco indios, cuyos corazones eran ofrecidos a aquellos ídolos, y cuya sangre empastaba las paredes. Los pies, los brazos y las piernas de sus víctimas eran cortados y comidos, tal como nosotros comemos carne de vaca de la carnicería en nuestro país. Incluso creo que ellos la vendían en los tianguez o mercados.
Más de treinta platos se cocinaban en su estilo nativo... He oído que ellos solían cocinarle la carne de muchachos jóvenes. Pero como él tenía tal variedad de platos, hechos de tantos ingredientes diferentes, no podíamos decir si un plato era de carne humana o de otra cosa... Sé con seguridad, sin embargo, que después de que nuestro capitán habló en contra del sacrificio de seres humanos y de comer su carne, Moctezuma ordenó que aquello ya no le fuera servido.
La manera de sus sacrificios [de los aztecas]. Ellos abren el pecho del miserable indio con cuchillos de sílex y rápidamente arrancan el corazón palpitante que, junto con la sangre, ellos presentan a los ídolos en cuyo nombre ellos han realizado el sacrificio. Luego ellos cortan los brazos, los muslos y la cabeza, comiendo los brazos y los muslos en sus banquetes ceremoniales. La cabeza ellos la cuelgan en una viga, y el cuerpo del hombre sacrificado no es comido sino dado a las bestias de presa.
Comerciantes en oro, plata, y piedras preciosas, plumas, capas y artículos bordados, y esclavos hombres y mujeres que también son vendidos allí. Ellos llevan a tantos esclavos para ser vendidos en aquel mercado como los portugueses llevan negros de Guinea. Algunos son llevados allí atados a largos postes por medio de collares alrededor de sus cuellos para impedirles escapar, pero otros son dejados sueltos.
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