Ninguna especie podría pensar de sí misma como malvada, podemos estar absolutamente seguros de que cualquier cosa que los judíos hagan como raza, sin importar cuán vil y cobarde pueda parecernos a nosotros que sufrimos sus efectos, a ellos les parece justo y correcto.
La gran fuerza de los judíos y el vínculo de su cohesión racial es su religión, la cual, en su sentido más amplio, es una fe ilimitada en la absoluta superioridad de su raza, porque, como Maurice Samuel nos recuerda, los judíos ateos, que se mofan de la creencia en seres sobrenaturales, veneran al Inmortal Pueblo Judío. Más allá de esto no podemos ser más concretos, porque sin duda siempre ha habido una amplísima gama de creencias personales, y existe plenitud de evidencia de un fanatismo emocional salvaje y grotesco entre las clases más bajas de los judíos, como entre la chusma que era incitada por los numerosos charlatanes talmudicos con sus perpetuos estallidos de violencia demencial y muchas sectas judías que tienen estrafalarios conceptos en los que parecen creer sinceramente, como por ejemplo los hasidim polacos, que emparejan a sus niños y niñas en cuanto alcanzan la pubertad para acelerar al máximo su ritmo de natalidad, con la expresa intención de agotar cuanto antes la reserva de Dios de buenas almas judías, y de esta manera obligarlo a poner fin al mundo antes de lo que él planeaba. Pero estas peregrinas ideas que pululan entre las excitables e irracionales clases bajas tienen en realidad poca importancia para la fe racial. Por otro lado, si se vuelve uno hacia los judíos cultos, uno no puede discernir con seguridad entre lo que creen y lo que consideran conveniente profesar. Las luchas entre las diversas sectas judías han sido frecuentemente violentas, sangrientas y cruelmente inhumanas, pero parecen no haber sido tanto por diferencias doctrinales como por las ambiciones de los líderes que disputaban implacablemente y hasta el final el poder y la riqueza, y que aprovechaban algún detalle religioso para reclutar y excitar a sus ejércitos privados. Si hemos de ser justos y objetivos, debemos tener presente la diferencia quizá una diferencia enorme entre la mentalidad judía y la nuestra. Cuando consideramos la religión de los judíos y la describimos en nuestros términos, les atribuímos a ellos, explícita o implícitamente, una hipocresía similar a la que vemos en nuestros propios clérigos de hoy en día, y nos vemos tentados de declararlos culpables de un fingimiento consciente que nos resulta odioso, pero debemos recordar que lo que a nosotros nos parece repugnante, a su peculiar mentalidad le parece bueno y justo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario