lunes, 17 de noviembre de 2014

Por el SS-Unterscharführer Büttner

Las modernas Leyes Anti-Judías ya existían en tiempos de los germanos, el impuesto sobre parte de la fortuna judía, hace 1.300 años.  Hoy es universalmente sabido que la cuestión judía no se ha planteado únicamente desde el nacimiento del nacionalsocialismo sino que, ya en la Edad Media, los campesinos y ciudadanos alemanes debieron defenderse contra el judaísmo destructor de pueblos. Pero muy poca gente sabe que una tribu germánica debió librar, hace más de 1.300 años, una lucha a muerte contra el judaísmo internacional.

Desgraciadamente, poseemos pocos documentos que nos relaten este conflicto entre germanos y judíos. Son, sin embargo, suficientes para que podamos formarnos una idea de los acontecimientos que se desarrollaron en el Imperio español de los visigodos. Constatamos con sorpresa que las leyes y decretos contra los judíos se parecen de una manera pasmosa a las leyes y decretos anti-judíos del Tercer Reich, y, en particular, a los últimos promulgados en lo que se refiere al impuesto sobre la fortuna.


¿Cómo llegaron los visigodos a la promulgación de esas leyes anti-judías? En tiempos del Imperio Romano, España había sido una ciudadela para los judíos. El pulpo judío había introducido sus ventosas en todos los centros comerciales, vías de comunicación y cargos públicos. Esa preponderancia había sido abolida con la fundación del Imperio godo en España. Al principio, los visigodos consideraban a los judíos como un pueblo más entre los muy numerosos que vivían entonces en la península ibérica Así pues, los judíos fueron tratados, de entrada, con mucha benevolencia. Los reyes visigodos, sin embargo, pronto constataron que se trataba de una raza de hombres muy particular que se distinguía del resto de la población, no tan sólo por sus creencias sino también, y ante todo, por sus predisposiciones delictivas. Por tal razón, el rey visigodo Recaredo I fue el primero, en el año 590, en promulgar una ley prohibiendo a los judíos poseer esclavos, desempeñar cargos públicos y contraer matrimonios mixtos con no-judíos. Su sucesor, Sisebuto, fue aún más severo. Naturalmente, no fue, tal como pretenden judíos y cristianos, la consecuencia de un exceso de celo religioso cristiano, sino porque ese previsor jefe germano, descrito por sus contemporáneos como excepcionalmente erudito, generoso y tolerante, en particular en lo referente al trato dado a los prisioneros de guerra, estaba persuadido del peligro que representaban los judíos y su nocividad. Sisebuto promulgó dos decretos anti-judíos de los que citamos a continuación las disposiciones mas importantes. 

1. Los judíos ya no podrán tener domésticas ni sirvientes Si todavía los tienen, aquéllos deberán ser despedidos tras un plazo legal.
2. Los judíos sólo podrán tener empleados judíos.
3. Los matrimonios entre judíos y cristianos serán inmediatamente disueltos.
4. Los cristianos que se conviertan al judaísmo serán severamente castigados.
5. A los judíos se les prohíbe toda actividad política o pública.
6. Todo judío que desee viajar deberá proveerse de un salvoconducto que hará visar por un eclesiástico en todas las ciudades en que habrá permanecido y que deberá devolver cuando regrese a su domicilio.
7. Se prohíbe a todo cristiano comprar medicamentos a un judío o ser tratado por un médico judío.


En conclusión de esta ley, Sisebuto, rey de los visigodos, añadió: «Mis sucesores en el trono godo que anularen estas prohibiciones, serán condenados, juntamente con los judíos culpables, a la condenación eterna».


Sisebuto sólo reinó durante ocho años. Murió de repente, en el año 620, envenenado por un desconocido.


Su hijo Recaredo II reformó aún más las leyes anti-judías de su padre. Sólo reinó catorce meses, pues el 16 de Abril del año 621, ¡se le encontró, a él también, envenenado! Los que hemos vivido el asesinato de Wilhelm Gustloff, de Ernst von Rath, de Codreanu y de otros adversarios del judaísmo, sospechamos quiénes fueron los instigadores del asesinato de aquellos dos reyes de los visigodos. Sin embargo, Suintila, que subió al trono tras Recaredo II, ¡abolió las leyes anti-judías de Sisebuto!.


Es verdad que ciertos reyes visigodos que les sucedieron tomaron medidas contra los judíos, sobre todo contra los que se habían bautizado. Parece, no obstante, que tales prescripciones no fueron seguidas con el necesario rigor por el bajo clero encargado de su aplicación. En efecto, la influencia desmoralizante del judaísmo no se debilitó, sino que, al contrario, se reforzó en los años siguientes. En el curso de los desórdenes internos que sacudieron al Imperio visigodo y disminuyeron la autoridad del trono en detrimento del clero católico, los judíos encontraron la posibilidad de reanudar sus actividades subversivas. Sin embargo, la resistencia contra los judíos aumentó de nuevo con el reinado de los mejores reyes visigodos: el rey Egica (687-702) invitó, en el año 693, al Concilio de Toledo, al que asistió personalmente, a ¡extirpar totalmente el judaísmo! Pidió, además, una nueva ley que prohibiera a los judíos penetrar en los puertos para comerciar con los cristianos. En otro Concilio de Toledo (año 694) desveló el plan de alta traición de los judíos contra el Imperio de los visigodos: los judíos del Imperio visigodo habían entrado en relación con los judíos de África del Norte. La revuelta urdida por los judíos debía estallar en el ano 694. Los judíos norteafricanos desembarcarían en España y ésa sería la señal de ataque contra la pequeña clase social de los visigodos germánicos. Tras el descubrimiento de esta maquinación judía que amenazaba la estabilidad del reino, el rey Egica adoptó las conclusiones del Concilio, a saber, que los judíos serían, juntamente con sus mujeres, sus hijos y todos sus bienes, considerados como formando parte del tesoro público, despojados de sus moradas y colocados individualmente, en calidad de lacayos del rey, al servicio de los cristianos.


Constatamos aquí, con turbadora precisión, cómo los métodos y los objetivos han permanecido inalterables, pero también con qué perspicacia ese rey germánico había descubierto los planes judíos y, con perfecto conocimiento de causa, había tomado unas medidas, muchas de las cuales, hoy, nos parecen banales. El drama del Imperio visigodo fue que el trabajo de agitación subversiva de los judíos se había extendido demasiado en un Estado desorganizado y que al rey le faltaba la fuerza necesaria para hacer cumplir verdaderamente sus leyes. La suerte de ese Estado fue trágica e inevitable. Los judíos iniciaron entonces su vengativa obra contra ese Imperio germánico que había osado levantar la mano contra el "pueblo elegido". El primer plan de alta traición había sido descubierto por el mismo Egica. El segundo plan tendiente a la aniquilación del Imperio germánico de los visigodos tuvo éxito: los judíos facilitaron la llegada a España de los árabes del África del Norte. Los halagaron prometiéndoles convertirse al Islam. Como los árabes se mostraban escépticos, les citaron viejas profecías en las cuales podía leerse que era justamente en esa época precisa cuando los judíos debían "volver al Islam".Los árabes desembarcaron en España y los judíos les abrieron las puertas de las plazas fuertes. La misma capital, Toledo, cayó, por una traición, en manos de los árabes. En todas partes los judíos acogieron al enemigo como un libertador. Éste les demostró su agradecimiento entregándoles, "en custodia", las ciudades de Córdoba, Sevilla, Toledo y Granada. Con la ayuda de los judíos españoles, el general musulmán Tarik desembarcó en Andalucía y derrotó con su ejército, en Jerez de la Frontera, en el curso de una batalla que duró siete días, en el año 711, a Rodrigo, el rey anti-semita de los visigodos. El Imperio de los visigodos se derrumbó y los últimos visigodos se refugiaron en las montañas de Asturias.


Un pasaje de una obra del judío Rosenstock, escrita en 1879, nos muestra con qué júbilo saludan los judíos las "proezas" de sus padres: «La crueldad de las persecuciones aumentó con Ervigio y Egica, pero no menos que la resistencia de los judíos y de los falsos conversos, es decir, de los judíos bautizados, y la dominación visigoda terminó por hundirse cuando los judíos acogieron como libertadores a los invasores árabes conducidos por Tarik, hicieron causa común con ellos y les ayudaron a conquistar todo el país. Combatieron por la conquista del poder de los unos y por la caída de los otros». La caída de los visigodos hizo de España un paraíso para los judíos, que pronto coparon las más altas funciones en la Corte y en los cargos públicos.

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