La verdad es que el Nacionalsocialismo no es ni capitalista ni comunista. No es ni de Derecha ni de Izquierda. No es parte de la interacción de fuerzas bajo el orden existente. La percepción nacionalsocialista de la realidad política y social rechaza como carente de sentido, a la que ve simplemente como una consecuencia artificial de las contradicciones de clase que han surgido de la Revolución Industrial durante los pasados dos siglos. No es de ninguna importancia para las exigencias raciales modernas. A pesar de sus diferencias superficiales, el capitalismo y el comunismo no representan nada más que los dos aspectos seculares del Viejo Orden. Ellos son genéricamente similares, con una cosmovisión común basada en el materialismo económico, según el cual ambos ven el mundo en términos de dinero y masas. Como bandas rivales, su pelea no es acerca de valores básicos sino acerca de la aplicación de aquellos valores, a saber, la distribución de la riqueza y las consideraciones políticas concomitantes. Que la vida en esta Tierra pudiera involucrar un propósito es un concepto extraño a ambos.
En contraste con las ideologías materialistas del Viejo Orden, la nacionalsocialista postula una filosofía de idealismo racial, implicando el sacrificio individual y el servicio en beneficio del todo orgánico, al que ve no sólo como la premisa para toda verdadera cultura, sino también como la base para una existencia significativa para el individuo también.
El HOMBRE describió la actitud idealista de esta manera:
«Pero, puesto que el idealismo verdadero es solamente la subordinación de los intereses y la vida del individuo a la comunidad, y esto a su vez es la condición previa para la creación de formas organizativas de toda clase, corresponde en sus profundidades más íntimas a la voluntad última de la Naturaleza. Únicamente esto conduce a los hombres a un reconocimiento voluntario del privilegio del dinamismo y la fuerza, y así los convierte en partículas de aquel orden que forma y conforma el universo entero».
Explicando el significado de tal idealismo, él continúa:
«Cuán necesario es seguir comprendiendo que el idealismo no representa una expresión superflua de la emoción, sino que en verdad ha sido, es, y será siempre la premisa para lo que designamos como la cultura humana, sí, ¡que sólo ella creó el concepto de "hombre"! Es a esta actitud interior que el ario debe su posición en el mundo, y a ella el mundo debe el hombre; porque sólo ella formó del espíritu puro la fuerza creativa que, mediante un singular emparejamiento del puño brutal y el genio intelectual, creó los monumentos de la cultura humana».
A la luz de este contraste materialista/idealista, se hace evidente que el verdadero alineamiento de sistemas no es entre el Nacionalsocialismo y una Derecha reaccionaria, por una parte, y una supuesta Izquierda revolucionaria, por otra, sino más bien entre la Derecha y la Izquierda del Viejo Orden contra un naciente Nuevo Orden, políticamente representado por el Nacionalsocialismo. Habiendo examinado la condición histórica de Occidente y considerado una resolución de la crisis planteada por la decadencia por medio de una revolución basada en los valores radicales del Nacionalsocialismo, examinemos ahora la relación del nacionalsocialista individual con este proceso histórico, con aquellas responsabilidades morales asociadas con su participación práctica, así como con ciertas realidades objetivas, cuyas implicaciones deben gobernar su actitud interna y sus lealtades personales.
La primera obligación de un revolucionario es establecer su posición sobre un fundamento sólido de integridad filosófica y moral. Esto significa, sobre todo, que él debe estar dispuesto a aceptar y sostener la verdad la verdadradical, la verdad impopular, la verdad difícil, de acuerdo al adagio eterno del HOMBRE: "El requisito previo para la acción es la voluntad y el coraje para ser verídico".
Para el activista político, es siempre más fácil conformarse a las preferencias y prejuicios públicos corrientes que asumir una posición impopular. El Führer reconoció esta tendencia cuando él advirtió al movimiento nacionalsocialista como sigue:
«Nosotros los nacionalsocialistas sabemos que con esta concepción quedamos como revolucionarios en el mundo de hoy, y también somos etiquetados como tales. Pero nuestros pensamientos y acciones no deben estar de ninguna manera determinados por la aprobación o desaprobación de nuestra época, sino por la vinculante obligación a una verdad que hemos reconocido».
Un verdadero revolucionario nunca puede comprometer sus objetivos últimos. De otro modo, él deja de ser un revolucionario y se convierte en cambio sólo en otro oportunista político. Con estas palabras queda expresada claramente la actitud intransigente del HOMBRE hacia tal oportunismo, tal como en el siguiente pasaje de su obra:
«Un movimiento que quiera renovar el mundo debe servir no al momento sino al futuro». Una vez que su premisa moral es firmemente establecida, la siguiente obligación de un revolucionario es conseguir segregarse interiormente de la decadencia del orden actual, y reexaminar sus lealtades básicas con respecto a las diversas instituciones de la sociedad así como a la estructura estatal como tal, porque no puede haber tal cosa como la lealtad nacionalsocialista a alguna formación estatal que procure debilitar o destruír la integridad racial de un pueblo. Tales monstruosidades existen sólo para ser derrocadas.
«Si, por medio del instrumento del poder gubernamental, un pueblo está siendo conducido hacia su destrucción, entonces la rebelión no es sólo el derecho de cada miembro de tal pueblo, sino que es su deber».
Así hablaba el HOMBRE acerca de la legitimidad de la autoridad estatal, señalando que:
«El Estado es un medio para conseguir un fin. Su fin consiste en la preservación y el progreso de una comunidad de criaturas física y espiritualmente homogéneas».
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