domingo, 7 de febrero de 2016

El tumor sionista..

Sólo hay que recordar, aunque todo el mundo con un conocimiento mínimo lo sabe, y es que el Sionismo no es más que el objetivo de configurar una fuerza política capaz de presionar a las potencias a favor de su causa.
En Europa se les consideraba una raza maldita transmisora de epidemias y enfermedades. Teológicamente se les estigmatizó porque ellos habían condenado y asesinado a Jesucristo.


Según los preceptos descritos en Mein Kampf, ese cáncer debería ser extirpado de raíz, el águila alemana había sido apuñalada por esos traidores, y no podía mezclarse con esos parásitos sociales que no hacían más que ensuciar la grandeza del Reich. 

Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial y al descubrirse los supuestos e imaginarios padecimientos de la escoria judía, los estafadores supervivientes del holocuento reclamaron una tierra de asilo a las potencias vencedoras. Tenían que explotar al máximo el victimismo y los sentimientos de compasión para lograr sus propósitos. Entonces, la comunidad internacional ante un dilema moral tan escabroso resolvió dar luz verde a la emigración masiva de enjambres de judíos a Palestina.

Pero antes hubo otros acontecimientos..
En 1492 los Reyes Católicos decretaron la expulsión de los judíos por sus imperdonables delitos de usura y blasfemia. Entonces, ante la amenaza de la Santa Inquisición de quemarlos vivos si no se convertían al cristianismo, no les quedó otra alternativa que exiliarse y seguir parasitando por el planeta.



En todo caso la emigración a Palestina o aliyáh ya se había iniciado desde la segunda mitad del siglo XIX gracias a las cuantiosas donaciones de personalidades de reconocido prestigio como: el barón Rothschild, Cohn, Fould o Hirsch. Estos filántropos, nobles y millonarios pertenecientes a la mafia de la Fundación Nacional Judía se comprometieron a patrocinar la compra de tierras a los señores feudales de la Siria Otomana.

No obstante los rabinos ortodoxos y ultra-ortodoxos manifestaron su oposición a los proyectos de los judíos laicos y liberales pues, de acuerdo a las sagradas escrituras, el único que podía conducirlos hasta la tierra prometida era el mesías. 


Los enjambres de dirigentes sionistas sabían de antemano que el proceso de integración en la sociedad de los gentiles ponía en peligro sus valores identitarios. Era fundamental enaltecer de la cultura judía, su pasado glorioso; sus raíces míticas, el estudio del Talmud y de la Torá. 

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Deseo que materializó Eliecer Ben Jehuda, sabio especialista en lingüística nacido en la Rusia Imperial, que se propuso resucitar la antigua lengua hebrea, es decir, “el idioma con el que Yahvé creó el mundo”. Ben Jehuda asumió el reto de unificar los diversos dialectos y redactar la gramática del hebreo moderno. En el año 1881 emigró a Palestina decidido a comenzar la enseñanza de la nueva lengua entre los colonos que por su procedencia europea preferían expresarse en yidish, alemán, inglés o francés. Un trabajo colosal que contribuyó al fortalecimiento de la utopía sionista.

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