Para cualquiera que vea el pasado con una mente abierta, la Historia demuestra la naturaleza completamente fantástica de este Hombre ejemplar.
El rasgo más atractivo de la ideología de Hitler era su optimismo. No era simplemente su estado de ánimo sino que era su mensaje el que llevaba un entusiasmo contagioso. Él era un Mesías secular que proclamaba una versión de las "buenas nuevas". La posibilidad de la reconciliación de clases, los proyectos para un renacimiento nacional, la identificación de un enemigo universal cuya eliminación podría marcar el comienzo del milenio, todo agitaba a su público hasta lo más profundo. Hitler hablaba el lenguaje de los filósofos, un lenguaje que casi había desaparecido de la existencia en los enrarecidos estratos de la gran intelectualidad.
Los eruditos y otros han cometido un gran error al dejar de tomar a Hitler en serio como un pensador, creemos que el líder político alemán debe ser considerado como un intelectual genuino.
Además, la perspectiva de Hitler pertenecía en gran parte a la tradición intelectual occidental. En su combinación de una fe casi religiosa con un secularismo revolucionario, Hitler representó la continuación de un estilo esencialmente Ilustrado de pensamiento...
Hitler creía que las consideraciones sociales y nacionales, y no las económicas, deberían ser las de mayor importancia en la sociedad. El sistema económico y político debe servir la nación, y no al revés.
Hitler era crítico tanto del capitalismo como del marxismo, del primero, porque era insuficientemente democrático, y del segundo, porque era demasiado democrático o nivelador. Mientras apoyaba el crecimiento económico dentro de los límites nacionales, Hitler también tomó lo que él consideró como una postura conservadora contra el inminente mercantilismo de una economía global emergente.
Lejos de ser aberrantes o extrañas, sus opiniones en cuanto a la raza concordaban con las de los más prominentes occidentales de las décadas anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Contrariamente a la creencia popular, Hitler nunca apoyó las nociones de criar una raza "aria" homogéneamente rubia. Aceptando la realidad de que la población alemana consistía en varios grupos sub-raciales distintos, él enfatizó la unidad nacional y social del pueblo alemán. Un cierto grado de variedad racial era deseable, él pensaba, que demasiada mezcla racial o uniformidad podría ser dañina porque esto homogeneizaría y eliminaría así los rasgos genéticos superiores tanto como los inferiores.
La actitud hostil de Hitler hacia los judíos, no era ni irracional ni aberrante. Él veía a los judíos como la personificación de una gran mentira: es decir, mientras ellos simulaban ser simplemente una comunidad religiosa, de hecho ellos constituían un grupo étnico nacional auto-seleccionado con ambiciones internacionales. Por cuanto él consideraba a los judíos como los enemigos de todos los pueblos, Hitler creía que combatir el poder y la influencia de ellos debería ser el deber común de todas las naciones.
Hitler creía que las consideraciones sociales y nacionales, y no las económicas, deberían ser las de mayor importancia en la sociedad. El sistema económico y político debe servir la nación, y no al revés.
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