Estoy en completo acuerdo con el grandilocuente candidato presidencial Donald Trump en cuanto a que todos los musulmanes deberían ser prohibidos de entrar en Estados Unidos. La justificación es simple y obvia: Los musulmanes creen que cualquiera que no cree que Alá es el Ser Supremo y que Mahoma es su profeta, merece la muerte inmediata, preferentemente por vía de una justa decapitación.
Esta instrucción automáticamente descalifica a los musulmanes para la ciudadanía estadounidense, porque ellos nunca podrán adherirse al mejor gobierno de Estados Unidos, a la misma primera cosa mencionada en la Constitución estadounidense, que es la garantía de libertad de religión.
Soy un ferviente creyente en la libertad de religión, con la salvedad de que el judaísmo no es una verdadera religión sino sólo un retorcido esquema criminal de parásitos homicidas que ha distorsionado y arruinado prácticamente a cada nación en el planeta con sus falsas declaraciones psicóticas, que son obviamente insanas para cualquiera con un cerebro que funcione.
El Islam y el judaísmo comparten aquella actitud xenofóbica de asesinar a todos aquellos que rechazan aceptar sus corruptas disquisiciones. Ambos credos sostienen que los no-creyentes no son realmente humanos y que deberían ser muertos con toda la velocidad posible.
Todos los musulmanes que ahora viven en EE.UU. están en violación de aquella protección constitucional, y por consiguiente deberían ser arrestados por traición, procesados, condenados y ejecutados, la traición en tiempos de guerra está automáticamente sujeta a la pena de muerte, algo que se aplica a Obama y los otros Presidentes, o sumariamente deportados a sus patéticos países de procedencia.
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