Estamos decididos a romper todas las cadenas que obstruyen nuestro camino y avanzar hasta ocupar el lugar que nos corresponde. Tenemos la firme voluntad de elevar un Estado social que sirva de ejemplo en todos los órdenes de la vida. Sólo en este objetivo vemos la victoria definitiva. Nuestros enemigos alcanzaron aparentemente el triunfo hace veinte años. ¿Qué vino después de ese triunfo? La miseria, la desolación y el paro. Ellos lucharon tan sólo por una plutocracia despreciable, por las dinastías exiguas que rigen los mercados del capital, por los centenares de personas que en el fondo gobiernan esos pueblos. Cuando esta guerra haya terminado, comenzará en Alemania una gran obra. El pueblo alemán suspenderá la fabricación de cañones e iniciará la nueva empresa de reconstrucción para millones de hombres. He tenido que luchar durante quince años para merecer vuestra confianza. Hoy. gracias a ella, puedo luchar por Alemania. Tiempos vendrán en que todos luchemos de nuevo, con igual confianza, por el gran Reich de la paz, del trabajo, de la prosperidad y de la civilización que queremos implantar y que implantaremos.Nuestro Führer es incansable; no contento con haber emitido una nueva Directiva de Guerra, al mediodía de hoy también ha hablado a los obreros de una fábrica de armamentos en un gran ta11er de montaje de la Rheinmetall-Borsig en Berlín. El discurso ha sido retransmitido a través de todas las estaciones de radiodifusión del Reich y se ha permitido a todos los trabajadores alemanes interrumpir su jornada para escucharlo.
Al acto han asistido, con los directores de la industria Rheinmetall-Borsig, miles de trabajadores y los tres jefes superiores de las Armas del Reich: Mariscal Goering, Mariscal von Brauchitsch y Gran Almirante Raeder. Después de unas breves palabras preliminares del Doctor Goebbels, Ministro de Propaganda y Gauleiter de Berlín, el Führer ha pronunciado, entre otras, las siguientes palabras:
El espacio vital y las injusticias.
Nos encontramos en el momento álgido de un litigio en el cual no se discute la victoria de uno u otro país sino que, en verdad, se trata de la lucha de dos modelos que se enfrentan. Cuarenta y seis millones de ingleses dominan y reinan sobre un territorio de unos 40 millones de kilómetros cuadrados del mundo. Treinta y siete millones de franceses dominan y reinan sobre 10 millones de kilómetros cuadrados. Cuarenta y cinco millones de italianos poseen territorios útiles apenas de una superficie de 500.000 kilómetros cuadrados. Ochenta y cinco millones de alemanes tienen como medio de existencia 600.000 kilómetros cuadrados a su disposición y sobre esta superficie el pueblo alemán debe encontrar el medio de vivir y de existir. La primera razón en que se fundamentan estas luchas y estas tensiones es que el mundo está repartido injustamente. Lo mismo que es necesario aplacar las diferencias que nacen en el seno de un pueblo, provocadas entre la riqueza y la pobreza, resulta inadmisible en la vida de las naciones, que una de ellas reivindique todo para sí y no deje nada a los demás. Sería prueba de buena voluntad y sabiduría conceder algo al oprimido, porque de lo contrario un día llegará en que tome aquello a que tiene derecho.
Y esto es así tanto en el seno de los pueblos como entre los pueblos mismos. En el interior, me he impuesto la gran tarea de resolver estos problemas haciendo una llamada a la inteligencia y a la comprensión de todos. Me he impuesto la obra de llenar la enorme fosa que existe entre la riqueza y la miseria.
La lucha contra Versalles.
El primer punto de nuestro programa era la comunidad del pueblo alemán y el segundo, la lucha centra el caos, contra el Tratado de Versalles, y un llamamiento en favor del resurgimiento de un Imperio alemán potente. Y aquí reside la primera causa del conflicto que hoy vivimos. El mundo adversario no quería nuestra unidad interior porque sabía que estas masas unidas exigirían sus reivindicaciones vitales. Se intentaba mantener la ley dictada por Versalles, considerada como una segunda paz de Münster. El segundo motivo de la guerra, como ya he dicho, reside en que el mundo esté injustamente repartido.
Yo he sido toda mi vida uno de los que nada tienen. Me he adherido a los que tampoco tenían nada y he luchado por ellos frente a todo e! mundo. Jamás reconoceré título de derecho a los que han robado y acaparado por la fuerza, y menos todavía, a los que nos han arrebatado.
Fotografía publicada en un periódico alemán en un momento del discurso en que los trabajadores de la Rheinmetall-Borsig saludan al Führer.
La economía debe servir al pueblo. Contra el patrón oro.
¿Qué debía ocurrir, pues, en el nuestro? En los Estados a que me refiero, no es el pueblo el centro de la vida. Allí lo decisivo es, exclusivamente, la existencia de algunos centenares de capitalistas gigantescos, que con sus fábricas y sus acciones dirigen, en el fondo, a los pueblos. A esa clase de gentes no les interesa, naturalmente, la gran masa popular más que, si acaso, cuando se van a celebrar elecciones.
Es comprensible que un inglés diga: "No queremos que nuestro mundo perezca." Nosotros no amenazamos su Imperio, pero ellos tienen razón al decir que si no se consigue suprimir las ideas que hoy son populares en Alemania se infiltrarán también en Inglaterra y serán peligrosas para los capitalistas. El principio económico mas importante en este mundo de la democracia capitalista es éste: "El pueblo está allí para, servir a la economía, y la economía debe servir, a su vez a] capital." Nosotros hemos derribado ese principio, sustituyéndole por el siguiente: "El capital debe servir a la economía y la economía debe servir al pueblo." Si una economía no es capaz de alimentar y de vestir a un pueblo, esa economía es mala, aunque centenares de personas la consideren excelente porque cobran muchos dividendos. Nosotros hemos puesto freno a esa supuesta libertad y se nos dice: "Vosotros ahogáis la libertad." Pues bien, ahogamos la libertad, pero es en beneficio de la comunidad.
Entre nosotros, ningún diputado puede formar parte de Consejos de Administración, realizando este trabajo gratuita o retribuidamente. En los demás países no se conoce esta prohibición. Se trata, por lo tanto, de dos mundos diferentes, opuestos y contradictorios. Los demás tienen razón cuando dicen: "No podremos reconciliarnos jamás con ese mundo". Ellos luchan, entre, otras cosas, por el mantenimiento del patrón oro. Lo comprendo, porque tienen oro. Del nuestro fuimos despojados. Cuando me hice cargo del poder no fue la malicia la que me alejó del patrón oro sino, sencillamente, la carencia de este metal. Para nosotros el oro no es de ninguna manera un valor, sino simplemente un medio para oprimir y dominar al pueblo. Nuestro oro y nuestro capital lo constituyen la potencia, del trabajo alemán. Con esto, desafío a cualquier otra potencia del mundo. Nuestra economía ha sido basada única y exclusivamente en el trabajo y así hemos resuelto nuestros problemas. El marco, que al principio no tenía la menor cobertura oro, siguió estable. ¿Por qué? Porque lo apoyáis vosotros, mis compatriotas, y vuestro trabajo. El trabajo crea nuevo trabajo, no el dinero. Nosotros hemos incorporado a la producción económica los siete millones de obreros parados que teníamos y, además, hemos procurado que los seis millones de productores que no tenían ocupación continua trabajasen plenamente. Y todo esto se ha pagado con un Reichsmark cuyo valor ha sido el mismo durante la paz y en la guerra. Millares de hombres han sido ascendidos al rango de oficiales después de haber servido como soldados; tenemos generales que hace veintitrés años eran todavía simples individuos de tropa. Proyectamos mi Estado futuro, donde todos los puestos serán ocupados por el hijo más capaz de nuestro pueblo, del que procede. Frente a este Estado se encuentran algunas cosas bien distintas, otro mundo en el que el ideal más elevado ha sido y sigue siendo la lucha por la fortuna, por el capital; la lucha, por el egoísmo del individuo.
Sabemos perfectamente que si sucumbimos en esta lucha habrá llegado nuestro fin; no só lamente el fin de nuestro trabajo de construcción socialista, sino el del pueblo alemán.
Repetidamente he tendido la mano a nuestros adversarios.
Repetidamente he tendido la mano a nuestros adversarios. Nunca quise el rearme, porque esto absorbe una cantidad enorme de trabajo. Hice proposiciones con objeto de limitar los armamentos porque no teníamos ninguna animadversión contra nuestros actuales enemigos. Se reían de mí y no escuché más que un “no” detrás de otro'. Volví a proponer la limitación de los .aviones de bombardeo y se me volvió a contestar: "no". Sin embargo, se dice ahora que precisamente con los aviones de bombardeo queremos imponer nuestro régimen a los demás. Yo soy hombre que no hace las cosas a medias, y cuando es necesario defenderse me defiendo con un fanatismo indomable. Cuando vi que el resurgimiento alemán movilizaba inmediatamente a las mismas personas que habían excitado a la guerra del 14, me di cuenta de que la lucha tenía que ser reanudada y llevada hasta el fin y que los otros no deseaban la paz. Yo no soy responsable de la Gran Guerra, pero algunas de las personas que se encuentran hoy al frente de los destinos de Inglaterra son las mismas que antes de 1914 desempeñaron el papel de botafuegos. Es el mismo Churchill que durante la pasada conflagración dirigió la danza, excitando de una forma odiosa a la gente; Chamberlain, que acaba de morir, y que entonces incitaba de igual modo, y tantos otros. Hice todo lo que podía hacer un hombre, poniendo incluso en peligro mi dignidad, para evitar las consecuencias de lo que se avecinaba. Hice a-los ingleses ofrecimiento tras ofrecimiento, y hablé con sus diplomáticos a los que conjuré a que oyesen la voz de la razón. Pero ellos querían la guerra, y no lo negaron. Desde hace siete años Churchill lo está diciendo.
Instantánea de otro discurso que dio el Führer en una fábrica de Siemens en 1936.
Alemania es invencible.
Cada soldado sabe que nosotros somos no sólo los mejores combatientes, sino también los mejor armados del mundo y del porvenir. Esta es la diferencia entre la guerra actual y la de 1914. Además, el soldado alemán posee hoy municiones en la práctica ilimitadas.
En esta lucha el problema de las municiones ha dejado de serlo: el problema es de refuerzos. Cuando termine el conflicto no habremos utilizado siquiera la producción de un mes. Hoy estamos armados para toda eventualidad, e Inglaterra puede hacer lo que desee. Cada semana recibirá golpes más fuertes, y si desea desembarcar en el Continente, se encontrará otra vez con nosotros. Los bombardeos nocturnos han sido iniciativa de Churchill. La guerra aérea se lleva a cabo con una decisión inquebrantable: con el material, los medios y la bravura que poseemos. Cuando llegue la hora de las explicaciones impondremos nuestra voluntad. Soy prudente en estas cosas y, por eso, no quise atacar durante el otoño del año pasado; preferí esperar la llegada del buen tiempo. Me parece que bien valía la pena.
El pueblo alemán, estoy absolutamente seguro, es capaz de afrontar la espera. El pueblo alemán agradecerá esta paciencia de algún tiempo, que ahorra muchas víctimas. También esto pertenece a la esencia del Estado popular Nacionalsocialista: respetar y economizar vidas humanas mientras exista la menor posibilidad para ello, aun en tiempo de guerra. Se trata de compatriotas.
Lo qué deba hacerse se hará, lo demás se evitará. Todo lo que nosotros, sin excepción, esperamos es que llegará el momento en que triunfe la razón y la paz reine de nuevo. Sepa el mundo que ni por razones militares, ni por el factor tiempo, ni por motivos económicos se verá una derrota alemana. Pase lo que pase, Alemania saldrá victoriosa de la lucha. Yo no soy de los que empiezan una guerra para detenerla después en la derrota. En nuestro diccionario y en mi vocabulario no existe la palabra "capitulación". No deseaba la lucha, pero una vez que me ha sido impuesta, la he aceptado y la continuaré hasta mi último aliento.
Lucho desde hace veinte años y acepté todos los sufrimientos y un trabajo jamás interrumpido, guiado únicamente por el pensamiento de lo que hay que hacer en interés de nuestro pueblo. Mi vida y mi salud no tienen ninguna importancia. Mi agradecimiento va en primer lugar hacia el obrero y el campesino alemanes. Ellos han hecho posible la preparación de esta lucha y la posibilidad de continuar la guerra, dure lo que dure. También doy las gracias a la mujer alemana. El 3 de septiembre del año pasado dije que ni el tiempo ni las dificultades económicas podrían vencernos, y menos aún las armas.
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