Los poderes públicos, atontados por la psicosis antiracista y el tabú, disimulan voluntariamente las cifras de la inmigración, pero al mismo tiempo, remarca sus contradicciones, como corresponde a toda ideología alejada de la realidad, pues implícitamente reconocen que los inmigrantes rechazan la asimilación.
Una sociedad multiracial es por necesidad una sociedad multiracista, no se puede hacer cohabitar sobre el mismo territorio y sobre la misma área de civilización más que a poblaciones biológicamente emparentadas, negar el hecho racial es un error intelectual peligroso, pues niega los mismos fundamentos de la antropología e instala el concepto raza en el rango de tabú, cuando es una realidad.
Como toda realidad antropológica y, más generalmente, natural, el hecho racial no es un hecho absoluto, pero es un hecho. Su negación actual por la ideología dominante constituye el signo y la prueba de que la cuestión racial existe.
El antiracismo tiene la misma obsesión por la raza que el cura puritano por el sexo. Hoy, el sexo se muestra tanto como una industria como la raza es violada y disimulada. Pero en realidad este disimulo esconde una presencia obsesiva del concepto. El antiracismo ha devenido una especie de religión, una forma perversa e inconsciente de racismo, en todo caso el signo de una obsesión racial. ¿Pero qué es en el fondo el racismo? Nadie lo sabe explicar ni definir. Como en todos los vocablos abusivos y con fuertes cargas afectivas, la palabra en sí carece de significación. Se le confunde con la xenofobia, y se habla así del racismo mutuo de los croatas, los serbios y los albaneses, cuando sus disputas son de carácter nacional y religioso, pero no racial.
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