domingo, 9 de agosto de 2015

La "democracia" miente



Una de las más notables y reiteradas mentiras de la falsa democracia española nacida tras la muerte de Franco ha sido la estigmatización de aquel régimen, al que denigran y devalúan sin reconocerle jamás sus logros y avances.

 

Las mentiras sobre el Franquismo constituyen una de las páginas más injustas y negras de la falsa democracia española, mentiras y engaños alimentados por la propaganda de los partidos políticos, no sólo de izquierdas, sino también de derechas y nacionalistas. Millones de ciudadanos, españoles adoctrinados en la mentira y el sometimiento al poder, sin capacidad para discernir libremente, abducidos y aborregados, creen que el Franquismo solo fue un régimen retrógrado, tiránico, cruel y enemigo del progreso.


La verdad es que el Franquismo tuvo muchos defectos y carencias, sobre todo en libertades políticas, pero, en honor de la Justicia y vistos desde la distancia y la objetividad, muchos de sus logros y avances parecen hoy espectaculares y suscitan envidia.

Profundamente influido por el catolicismo tradicional, hasta su mismo fin, el Franquismo preservó siempre una sólida coraza moral en el territorio español, que preservó a la sociedad de delitos, corrupciones y crímenes. En bastantes aspectos morales o relacionados con la moral, sus logros fueron notables. En la España de Franco muchas viviendas permanecían abiertas, nunca cerradas con llave, y la gente dormía tranquila y sin miedo. El nivel de delincuencia era uno de los más bajos, si no el más bajo, de toda Europa.


La población encarcelada era escasa y el nivel de suicidios muy bajo. Había un pequeño problema de alcoholismo, pero siempre leve y controlado. La prostitución existía, pero era más de cien veces inferior a la que ha florecido en la falsa democracia. Las drogas eran prácticamente desconocidas. Las cifras de violaciones, de asesinatos domésticos, de embarazos de adolescentes, eran ciertamente reducidas en proporción con el resto de Europa y con lo que ha llegado a ocurrir después, durante la democracia degradada, en la misma España.

La sociedad se sentía segura y no había policías privadas, ni existían los enormes negocios actuales de seguridad y protección de las propiedades. La eficacia de la Guardia Civil y de la Policía era espectacular. Con pocos números y agentes y con un coste muy reducido, se lograban milagros.


Los avances fueron impresionantes en sanidad y educación, dos pilares del ahora llamado Estado del Bienestar. España pasó de ser uno de los países europeos con mayor mortalidad infantil durante la República a estar prácticamente en cabeza, con reducciones anuales sorprendentes. La esperanza de vida se puso al nivel de los países más avanzados, solo por debajo de Suecia, Japón y pocos más.

El desempleo, grave durante los años de la postguerra y la pobreza, no cesó de disminuir hasta el final del régimen. Gracias a una política inteligente de becas y a una educación basada en las pruebas y el esfuerzo, los avances de los estudiantes españoles fueron igualmente notables y una sociedad plagada de analfabetismo durante los siglos XIX y primera mitad del XX, pasó a producir estudiantes muy valorados en todo el mundo por su preparación profesional y técnica, desde las escuelas de formación profesional a las innovadoras universidades laborales y nuevos centros universitarios, de donde salían obreros industriales, técnicos, ingenieros, arquitectos y médicos altamente valorados en todo el mundo.


Millones de papanatas españoles formadas en las escuelas creadas por la falsa democracia, de donde salen legiones de jóvenes preparados para ser esclavos sometidos y vagos crónicos adictos a la subvención, repiten como papagallos que el franquismo fue una dictadura cruel y criminal que no permitía libertades ni derechos, sin mostrar capacidad alguna para valorar los avances y logros de aquel sistema. Cruel e implacable fue en la postguerra, cuando los vencedores ejercían su venganza sangrienta sobre los vencidos de la Guerra Civil, pero pronto el sistema se calmó, se abrió, se relajó y avanzó, cada día más, por rutas que conducían a la justicia, al desarrollo de los derechos ciudadanos, al progreso y a la prosperidad.
Eso sí, los partidos políticos jamás fueron admitidos en el régimen, quizás porque Franco y los suyos los conocían muy bien la Historia del país y aprendieron con claridad que los politicastros y sus partidos, casi todos corruptos, mafiosos y podridos de egoísmo y ansias de poder, habían conducido a España hacia la ruina y el enfrentamiento civil.

Al morir el general Franco, en la cama, su régimen estaba agotado y la clase política franquista vio claro que tenía que adaptarse a los nuevos tiempos. El mismo Franquismo se hizo el “harakiri” y patrocinó en las Cortes la Transición hacia lo que ellos llamaban democracia, un engaño de envergadura que abrió de par en par las puertas a la España actual, dominada por partidos políticos muy parecidos a los que fracasaron en la II República y condujeron a España hasta la ruina económica y el enfrentamiento civil, Muchos de los alevines del Franquismo se incorporaron al nuevo sistema aparentemente democrático, al igual que hicieron las grandes familias franquistas, que pronto lograron colocar a los suyos en los altos cargos de la democracia, dominando sectores económicos y bien apalancados en el parlamento, los ministerios y las nuevos gobiernos autonómicos, un verdadero coladero para infiltrarse en el poder y practicar con impunidad la corrupción y el abuso.
Lo demás es ya historia conocida. La “cosecha” y el “balance” de la falsa democracia española son lamentables. Tres décadas después del entierro oficial del Franquismo, España está arruinada, dividida, infectada de corrupción y abuso de poder, cansada de partidos políticos y politicastros y ocupando el liderazgo mundial en casi todo lo deleznable y sucio: prostitución, tráfico y consumo de drogas, violencia callejera, desigualdad, avance de la pobreza, blanqueo de dinero, mafias y bandas organizadas, desprestigio de la política, fracaso escolar, baja calidad de la enseñanza, desconfianza en el poder y un largo y tenebroso etcétera que convierte a la falsa democracia que sucedió al Franquismo en un auténtico y frustrante fracaso.

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