En la Historia de la Humanidad nunca el hombre había matado tantos hombres en una sola jornada; habría que esperar a la bomba atómica para superar el record.
Los periódicos ingleses publicaban a diario la lista de bajas británicas desde que empezara la Gran Guerra en 1914, pero aquel día tenían un problema técnico. Ni aun dedicando todas sus páginas a ello cabían los nombres de los 20.000 muertos y 35.000 heridos del aciago 1 de julio de 1916.
La matanza comenzó en un ambiente alegre y confiado, casi de prueba deportiva. La artillería había realizado un novedoso bombardeo de barrido durante seis días, y el mando británico pensaba que las defensas alemanas estarían desintegradas. Les dijeron por tanto a los soldados que no avanzaran corriendo, sino andando pausadamente, manteniendo las líneas de formación.
Pero hubo un error de cálculo. Las defensas alemanas estaban demasiado bien hechas y no las había afectado el bombardeo. De modo que empezaron a tabletear las ametralladoras. Los alemanes dicen que era como el tiro al blanco en una barraca de feria. Los atacantes alineados, moviéndose despacio, caían en perfecto orden, como si la tópica figura de la Muerte los segara con su guadaña.
Los días de julio son largos. La masacre duró hasta la puesta del sol. Después fue una noche inolvidable para ambos bandos, oyendo lamentos de miles y miles de heridos que habían quedado abandonados en tierra de nadie. Robert Graves, el gran novelista, fue uno de los heridos del Somme y relató sus horrores y el impacto moral que causó. Hasta 1916, Inglaterra había mantenido la guerra a base de voluntarios, gente de todas las clases sociales embargada de patriotismo, que tenía fe en el buen hacer de su gobierno y sus jefes militares, pero el idealismo se acabó en el Somme, según el historiador A.J.P.Taylor. A partir de entonces los soldados desconfiaron de sus oficiales y sólo pensaban en cómo sobrevivir. Fue preciso recurrir al reclutamiento obligatorio.
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