La Igualdad como un Mal. Negación de la Individualidad
La diferencia es lo que nos hace individuos. Afirmar que cada uno es igual, por lo tanto, es negar la individualidad, porque la individualidad implica la singularidad, la autonomía, la no-intercambiabilidad. La diversidad se basa en la diferencia, la eliminación de una implica la eliminación de la otra, la proclamación de la diversidad como un bien digno de ser proseguido por su propio bien, son, por lo tanto, contradictorias, lo que es más, al criticar a los opositores a la diversidad como inmorales, los igualitaristas no cumplen con sus propios estándares profesados de moralidad, haciendo a los igualitaristas mismos seres inmorales. La moralidad del Igualitarismo nunca es cuestionada por la estructura de poder del establishment ni por la gran mayoría de los ciudadanos; es, en efecto, una suposición dada por hecho que existe fuera del alcance del debate aceptable. Declarada en base a la aseveración arbitraria de que todas las personas nacen iguales en dignidad y derechos, y de que ellas son portadoras de tales derechos por el mero hecho de ser humanos, capaces de razonar, o dotados con dignidad, el igualitarismo hace de cualquiera que cuestione la cualidad moral de la igualdad en un individuo, una persona de una humanidad cuestionable. Incluso los conservadores no se atreven a cuestionar la cualidad moral de la igualdad, concentrándose en cambio en criticar los métodos de su aplicación. Pero la igualdad, a pesar de la retórica altisonante que la rodea, está lejos de ser un bien moral absoluto. Por el contrario, cuando examinamos las consecuencias de la igualdad, vemos que es un mal. Este artículo explorará primero algunos de los modos por los cuales la igualdad es un mal, y propondrá luego un paradigma alternativo, fundado en una teoría de la diferencia.
La búsqueda de la consecuencia más obvia de la igualdad es la distribución injusta de los ingresos. Como las capacidades individuales son siempre diferentes, la igualdad no puede ser conseguida sin tomar las recompensas de los merecedores y reasignarlas entre los de poco mérito. Así, el talento, la industria, la ahorratividad, la diligencia, la disciplina, la iniciativa y la perseverancia son castigados, mientras que la inhabilidad, la ociosidad, el libertinaje, la indiferencia, la negligencia, la apatía y la inconstancia son recompensados en nombre de la justicia social. Esto es notoriamente evidente en las políticas de las universidades en Estados Unidos, donde la búsqueda de resultados iguales y una obsesión con la raza ha conducido a estándares de admisión diferenciados que privilegian al académicamente inepto a costa del académicamente apto. Como consecuencia de los resultados desiguales en los SATs [la prueba standard de admisión universitaria] por grupos raciales diferentes, millones de estudiantes brillantes y que trabajan duro han sido excluídos de las universidades de su elección, en particular donde éstas han sido universidades de la Liga Ivy [las más exclusivas], en un esfuerzo para igualar racialmente los resultados.
La ironía es que un argumento para el igualitarismo ha sido la necesidad de combatir la injusticia de lo que los igualitaristas comúnmente denominan como el "privilegio". Los igualitaristas juzgan que el "privilegio" es malo porque no es meritocrático, permitiendo a algunos disfrutar de ventajas inmerecidas. Pero desde entonces, como hemos visto, las políticas igualitarias crean sin embargo clases privilegiadas de individuos, que disfrutan injustamente de ventajas inmerecidas. Esto logra lo opuesto de su propósito establecido, simplemente transfiriendo el "privilegio" de un grupo a otro.
En décadas recientes, la diversidad ha sido un slogan entre los igualitaristas, pero la afirmación de la igualdad es simultáneamente la negación de la diferencia. La frase ocasional "diferente pero igual" ha sido la tentativa de los igualitaristas de abarcarlo todo, pero es una contradicción lógica y por lo tanto sin sentido. El argumento de que la igualdad referida es simplemente la igualdad ante la ley no se sostiene, porque si fuera así no habría ninguna necesidad de una política de tratamiento diferenciador (injusto) de candidatos a la universidad. El argumento de que la igualdad referida es simplemente una igualdad de oportunidades no se sostiene tampoco, porque si fuera así no habría ninguna consternación por los resultados desiguales obtenidos en las pruebas entre estudiantes en categorías raciales diferentes, y por lo tanto no habría ninguna necesidad de injustas políticas de admisión. La afirmación de la igualdad es una negación directa de la diferencia en todos los ámbitos, hasta el punto de negar la existencia biológica de una de las fuentes primarias de la diferencia —raza y género— y de pretender que éstas son puras ficciones arbitrarias.
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