Es bueno aclarar de una vez qué es lo que la historia de Caín y Abel en el libro del Génesis hebreo realmente está contando. Ciertamente toda la historia es simbólica y carece enteramente de algún sentido histórico, como los sacerdotes de Roma y Jerusalén han estado insistiendo. La historia aquella, en primer lugar, ha sido escrita por los partidarios y descendientes de Abel. Por lo tanto, es un acto de propaganda ideológica. Abel ha pasado a la historia como el tipo justo y bueno, y su hermano mayor como el primer asesino de que haya memoria, instigado además por unos inexplicables celos, dando la impresión de ser el portador de un germen de maldad que está presente en la raza humana. Pero el relato esconde una enseñanza muchísimo más terrible y esto lo sabe todo sacerdote cristiano y todo rabino.
Se trata en su esencia de la descripción de dos actitudes radicalmente distintas frente a lo que se ha dado en llamar la divinidad. El hermano mayor, agricultor, labrador de la tierra, pueblo sedentario por lo tanto, establecido y arraigado en algún suelo, en alguna patria, considera que es bueno ofrendarle a los dioses lo mejor de lo que la tierra ha producido, lo más selecto de las plantas y los árboles. Tal es su regalo para el dios, si es que éste ha de ser regalado con algo.
El otro hermano, el "justo", el "bueno", el "inocente", el "pobrecito2 Abel, no halla nada mejor en su pervertida mente que imaginar un pervertido dios que desea la sangre de sus animales degollamiento previo y luego desea oler la grasa de los mismos quemándose en el fuego, como un vulgar dios mesopotámico más. Este hombre es el pastor, es el nómada, no arraigado en ningún suelo o patria, cuyos seres a su cuidado sólo tienen como final convertirse en carne asada incluso el Buen Pastor tiende al mismo fin, no se olvide.
Los partidarios de Abel, es decir, todos quienes quieren justificar el degollamiento y quema de animales como ofrenda y sacrificio para un imaginario, sangriento y vampírico dios casi todas las castas sacerdotales de la Historia, sostienen que Caín es un criminal ante los ojos de la divinidad por una supuesta envidia, dado que el dios ha favorecido y mirado con mejores ojos la ofrenda del pastor, y que Caín también desea caerle en gracia al imaginario dios que Abel se ha forjado en su mente.
Pero la verdad psicológica, sin duda, ha de ser muy otra: Caín ha forjado en su mente otra concepción de lo que un dios es. Caín no tiene en su sangre el instinto asesino, no se complace en matar a inocentes animales para contentar a una estúpida entelequia. Hay que notar que el relato de la conducta de Abel es un mito fundacional y justificatorio para todo sacrificio realizado a través de los tiempos por los sacerdotes sanguinarios. Caín no necesita ni quiere agradaral dios de Abel. Caín no concibe al dios como lo ha hecho su hermano menor, y cree que éste está completamente extraviado. Incluso le ha advertido varias veces que se deje de esas malditas prácticas; pero Abel no entiende. Las cosas pasan a mayores, por la pertinacia del pastor, y Caín, para evitar la propagación de ese instinto criminal y aberrante y ese modo despreciativo de considerar a los seres vivos y a la creación de los dioses, conmina a Abel a terminar con los sacrificios, pero éste en su locura, creyéndose favorecido y amparado por un imaginario dios, desafía a su hermano mayor y concibe incluso ofrendárselo como víctima propicia a su dios. Pero Caín, a su pesar y en defensa propia, se ve forzado a matarlo. Confía en que historiadores honestos aclararán los motivos de tan funesto suceso, y que se impondrá una relación con los dioses en que no haya que sacrificar a ningún ser vivo.
Éste es el drama que se prolongará en diversos lugares y tiempos: la permanente lucha de la maldita raza de los sacerdotes degolladores, comedores de carne asada, asesinos natos y sin respeto por las criaturas que los dioses han creado para que armonicen con los hombres, contra los sacerdotes que consideran que el orden natural está revestido de un altísimo prestigio, y para quienes los dioses nada piden de los hombres sino verdad y pureza.
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