Nunca en toda la Historia ha sido un hombre tan vilipendiado como aquel cuyo centenario de su nacimiento ocurrió el 20 de Abril de 1989. Según los medios de comunicación de la democracia de hoy, él era un monstruo absoluto, una desquiciada encarnación del mal. Sin embargo, el mismo hecho de que él sea presentado como tan absolutamente malvado, con nada en absoluto a su favor, debería provocar la sospecha en cualquiera que no sea un completo idiota o algún partidista cegado por el prejuicio.
La difamación no siempre fue total como ahora. Lloyd George, Primer Ministro británico durante la Primera Guerra Mundial, después de una visita a Alemania en 1936, fue citado en el Daily Telegraph del 22 de Septiembre de aquel año como declarando: "Nunca he visto un pueblo más feliz que los alemanes. Hitler es uno de los hombres más grandes que he encontrado alguna vez". En una carta a un amigo en Diciembre de aquel año él dijo: "Sólo quisiera que tuviéramos a un hombre de su calidad suprema a cargo de los asuntos en nuestro país hoy".
El vizconde Rothermere, en su libro de antes de la guerra "Advertencias y Predicciones", dijo de Hitler: "Él tiene un intelecto supremo... Él ha limpiado completamente la moral y la vida ética de Alemania... No hay palabras que puedan describir su cortesía... Él es un hombre de una cultura poco común. Su conocimiento de la música, de las artes y la arquitectura es profundo". La cortina de hierro de mentiras descendió completamente cuando los elementos que intentaban la destrucción de Hitler llegaron a ser prácticamente omnipotentes, sabiendo que ellos tenían que hacer eso o se demostraría que ellos estaban equivocados y que Hitler estaba en lo correcto, puesto que él representaba el renacimiento ario, y ellos, en cambio, un viejo orden que significaba la decadencia y la muerte.
El verdadero Hitler, contrariamente al monstruo loco de los medios de información, era un hombre muy talentoso y que había leído muchísimo y poseía una memoria fenomenal, una comprensión extremadamente rápida de lo esencial, una fuerza de voluntad colosal, junto con, por supuesto, el hecho de ser el orador más eficaz que el mundo haya conocido alguna vez, todo esto al servicio de una causa a la cual él se entregó completamente. Él era también un anfitrión encantador, un amigo y colega considerado y leal, amable con los animales, muy apreciador de las bellezas de la Naturaleza, y sencillo en su estilo de vida personal.
Habiéndose imbuído en su adolescencia con un intenso sentido de su misión como el líder liberador de su pueblo en el futuro, él conoció la pobreza como un hombre joven entre los desempleados de Viena, y el peligro y las privaciones en las trincheras de primera línea como un soldado, antes de integrarse al diminuto cuerpo político que bajo su dirección iba a convertirse en el NSDAP que ganó el poder. Noche tras noche sus cautivadoras palabras llevaban a sus pies a los ovacionantes auditorios de una nación derrotada y desmoralizada, con una esperanza y una determinación recién nacidas. Su inspiración vocal y visual, más el abundante esfuerzo de sus seguidores entusiastas y laboriosos, constituyeron los instrumentos del éxito nacionalsocialista, no las míticas bolsas de dinero del gran empresariado, como los opositores tratan de sugerir para justificar su propia inferioridad en carisma, ardor y esfuerzo. Como se solía decir en aquellos días, con respecto al último de estos tres factores, las luces siempre se apagaban más tarde por la noche en las oficinas del partido de Hitler que en las de cualquier otro.
Acerca del entusiasmo apasionado y el trabajo duro: "Durante un mes antes de las elecciones nacionales en 1930, por ejemplo, el Partido Nacionalsocialista patrocinó 34.000 reuniones en Alemania, lo que dio como promedio tres reuniones en cada pueblo, ciudad y vecindario urbano" (Mothers in the Fatherland, Claudia Koonz, p. 69). Típico del espíritu receptivo de la gente durante las elecciones de 1932, el Jefe de Prensa del NSDAP Otto Dietrich describió una reunión en Stralsund, programada para las 20:00 horas, pero para la cual Hitler se retrasó mucho, llegando finalmente al lugar a las 2:30 horas: "Al aire libre, y bajo una lluvia torrencial, encontramos a la multitud completamente empapada, cansada y hambrienta, ya que ellos se habían juntado a lo largo de la noche y habían esperado con paciencia... Hitler habló al auditorio cuando el día lentamente alboreaba...". ¡Allí estaban 40.000 personas escuchando ansiosamente a las 4 de la mañana, después de todo aquel tiempo y toda esa incomodidad, al hombre que ellos correctamente consideraban como su salvador político!. ¿Puede usted imaginar tal concurrencia para alguna figura de pacotilla del crepúsculo como la Primera Ministra Margaret Thatcher?.
¡Sólo trate de imaginar la tremenda escena de regocijo cuando los largos y duros años de lucha fueron recompensados, y al final de Enero de 1933 Hitler se convirtió en Canciller!. Durante horas esa noche un río de fuego fluyó por delante de su ventana mientras miles y miles de sus camaradas de partido llevando antorchas marchaban en procesión por las calles de un Berlín nacido de nuevo. La ya mencionada Claudia Koonz cita a un antiguo miembro del NSDAP con respecto a aquella ocasión: "Lloramos con felicidad y alegría, y apenas podíamos creer que nuestro querido Führer estaba al mando del Reich... Un poder magnético irradiaba por todas partes y eliminó los últimos vestigios de la resistencia interna... Una alegría inexpresable se apoderó de nosotros cuando vimos nuestras banderas, alguna vez desdeñadas y desacreditadas, flameando alto en todos los edificios públicos" (p. 132).
Nuestra tesis no es y no tiene que ser que Adolf Hitler era absolutamente perfecto y que nunca cometió un solo error, pues la perfección, la perfección absoluta, es una abstracción irrelevante que no pertenece a este mundo, y en consecuencia nunca ha sido y nunca será vista aquí. Lo que precisamente decimos aquí es que, tomando todo en cuenta, el hombre y su movimiento en defensa de nuestra raza fue lo más cercano a la perfección que este mundo haya visto alguna vez hasta ahora, y eso es suficiente para nosotros. Lo proclamamos a él como correcto, porque donde se dice que él se ha equivocado ha sido, en nuestra consideración, tan exageradamente empequeñecido que justamente lo opuesto es lo verdadero. Dado que sólo tuvo seis breves años de paz, él, su partido y su pueblo al unísono forjaron un virtual milagro en aquel breve lapso. ¡Nunca en ninguna parte de la Historia se había hecho tanto por la supervivencia y renacimiento de los arios tan rápidamente!.
Hitler tenía razón en cuanto a la importancia suprema que él concedía al factor de la raza, y, por consiguiente, en su concepción básica de la nación como una comunidad racial a ser protegida en su propiedad de su patria, y de la mezcla con razas extranjeras; y, además, a ser mejorada por medidas eugenésicas. Más allá de cualquier otro estadista en cualquier tierra y en cualquier época, él dio un reconocimiento práctico a las cualidades superiores de los pueblos arios y la necesidad de maximizar a los portadores más altos de aquellas cualidades superiores como los medios supremos para la elevación humana. En esta dedicación exclusiva, y, por consiguiente, en la amarga oposición de todos aquellos con un interés personal contra la elevación de los arios, está la mayor explicación de la tendencia a destruírlo y difamarlo.
Hitler tenía razón en su oposición al destructivo juego de la democracia que existe para engañar y explotar a la gente que pretende representar, y en su creencia, en cambio, en la personalidad y el liderazgo y en la unidad. En tal fusionamiento de la gente como él lo logró, ¿dónde queda la necesidad de partidos aparte del suyo?. Sólo una pequeña minoría permaneció contra él después de 1933, aunque los medios extranjeros de comunicación hostiles se concentraron en ese fragmento del descontento y no en el apoyo casi total que él recibió.
Hitler tenía razón en sostener y asegurarse de que cada hombre en la comunidad del pueblo debería tener un empleo productivo para ventaja tanto de él como de la comunidad. Cuando él subió al poder, no menos de 6.014.000 estaban desempleados, pero hacia 1938 sólo 338.000 permanecían desempleados, siendo conseguida la enorme mayoría de esta reducción antes de cualquier rearme significativo, al contrario de lo que sostiene la propaganda hostil.
Hitler tenía razón en creer en una amplia asistencia social para todos los miembros de la comunidad del pueblo. La organización del NSDAP "Fuerza mediante la Alegría" había posibilitado hacia 1938 que más de 22 millones de personas visitaran teatros, más de 18 millones asistieran a presentaciones de películas, más de 6 millones asistieran a conciertos, más de 3 millones asistieran a exposiciones de fábricas, y no menos de 50 millones participaran en eventos culturales. La organización tenía 230 establecimientos para la educación popular, y mediante ello fueron organizados 62.000 eventos educativos, a los que asistieron 10 millones de personas. Hacia 1938, 490.000 personas habían participado en cruceros de mar, y 19 millones lo habían hecho en excursiones de tierra. Veintiún millones habían participado en eventos deportivos. Todo esto en un momento en que las democracias dejaron pudriéndose a millones de desempleados, y donde aquellos que estaban empleados no recibieron nada ni remotamente comparable a tal bienestar. El automóvil más vendido en la Historia —más de 15 millones del "Escarabajo" Volkswagen en más de 30 países— resultó de un proyecto de Hitler de un automóvil para el pueblo, un pequeño coche barato para el hombre corriente. Relacionado con esto, su programa de construcción de autopistas precedió al británico por décadas. (Esta y otra información detallada sobre los logros estupendos de la Alemania de Hitler están contenidos en el libro Hitler Germany as Seen by a Foreigner, de Cesare Santoro, Berlín, 1938).
Hitler tenía razón en la importancia que él concedía a la protección de la clase campesina como vital para una comunidad de gente próspera, para lo cual incluyó entre sus medidas la legislación sobre posesiones hereditarias. En efecto, Hitler tenía razón en tantos aspectos importantes que necesitaríamos mucho más que toda la edición doble de la publicación Gothic Ripples dedicada al centenario de Hitler para catalogarlos.
La revolución de Hitler para llevar a cabo toda esta reforma radical fue incruenta, comparada ya con la Revolución francesa (cuyo ducentésimo aniversario ocurre este año [1989]) o la Revolución rusa de 1917. Los campos para la concentración de detenidos, incluyendo mujeres y niños, fueron introducidos por los británicos durante la Guerra de los Boers, y las condiciones en ellos eran tan malas que un gran número murió. Rusia, aliado de guerra de los británicos, todavía tiene campos de concentración en abundancia en los cuales, incluso según las estadísticas soviéticas, un millón de personas está retenido actualmente. Pero es sólo de los alemanes sobre los que escuchamos hablar sin parar con cada invención y exageración concebibles. Colin Cross enAdolf Hitler (Hodder y Stoughton, Londres, 1973) pone el máximo en tiempos de paz en 26.789 detenidos en Julio de 1933, muchos de los cuales estuvieron allí sólo semanas, y la mayoría siendo posteriormente liberada, y dice: "Las condiciones en los campos eran espartanas, pero, para los estándares de las prisiones, había una dieta adecuada y un alojamiento razonable en los dormitorios". Los presidiarios no eran todos, como tan a menudo se ha insinuado, pobres judíos perseguidos u otros héroes de la democracia, sino que incluían la misma hez de la sociedad: criminales habituales, proxenetas, pervertidos, borrachos despreciables, mendigos perpetuos y parásitos holgazanes.
Los líderes judíos del resto del mundo proclamaron la guerra económica y política contra Hitler tan pronto como él subió al poder, y se pusieron a provocar una guerra para destruírlo. De manera bastante natural, por lo tanto, cuando aquella guerra ocurrió, Hitler consideró a los judíos en general en sus territorios como enemigos y una amenaza para la seguridad, y entonces él los hizo acorralar y colocar en ghettos o campos. Durante las etapas finales de la guerra, cuando los alemanes soportaron las condiciones más terribles ellos mismos —incluyendo cientos de miles de civiles hombres, mujeres y niños muertos en incursiones aéreas, como la ocurrida sobre la indefensa ciudad de Dresden—, los suministros adecuados no estaban disponibles o fracasaron en llegar a los campos que estaban atestados por la evacuación desde el Este, y el tifus se propagó con furia, lo que explica las condiciones indudablemente terribles encontradas en algunos de ellos al final de las hostilidades, condiciones que ciertamente no eran, sin embargo, el resultado de ninguna política deliberada de exterminio, acusación que es una monstruosidad de falsedad.
Después de la guerra la campaña para denigrar a Hitler se concentró en la acusación de que 6 millones de judíos fueron deliberadamente exterminados en algunos de los campos durante la guerra, sobre todo mediante gaseamiento con el fumigador standard para despiojar, Zyclon B, que estaba ciertamente en uso general en los campos y otros sitios también para su objetivo propio de prevenir la muerte (por la enfermedad) y no causarla. La super-melodramática historia de la exterminación masiva de judíos en cámaras de gas ha sido decisivamente demostrada como una mentira colosal por el Informe Leuchter, un informe del principal especialista de Estados Unidos en cámaras de gas en las prisiones estadounidenses que, como preparación de la defensa de Ernst Zündel para su reciente nuevo juicio en Canadá, visitó Auschwitz y tomó muestras de la estructura de los supuestos edificios que habían sido cámaras de gas, las cuales, después de ser sometidas a un análisis independiente en EE.UU., mostraron concluyentemente que aquellos edificios no habían sido usados para ello. A propósito, la admisión reciente de los rusos mismos de que más de 30 millones de personas fueron exterminados por Stalin, el aliado de la judería y de los británicos contra Hitler, hace la acusación judía contra Hitler pequeña en comparación con este muy real Holocausto Rojo.
Volviendo a la Alemania de los años '30, podemos estimar como la mayor conquista de Hitler la de los corazones de su pueblo, ya que el suyo era el régimen más popular que el mundo haya conocido alguna vez. Su Alemania era una tierra profundamente conmovida y transmutada. Nunca, en ninguna parte en ningún tiempo ha estado una nación entera tan radiante, tan dispuesta al servicio como lo estuvo su bajo su mando. Por millones el pueblo alemán diariamente aclamaba que Hitler tenía razón.
Hitler tenía razón en procurar rectificar las iniquidades del Tratado de Versalles, y en unir los territorios alemanes. Sus acciones recibieron el apoyo aplastante de las poblaciones preocupadas. Cuando él entró en Viena, 200.000 vieneses llenaron la Plaza de los Héroes de la ciudad en un éxtasis de alegría en lo que la máquina de propaganda anti-Hitler en Gran Bretaña llamó una"agresión". Él fue similarmente bienvenido en el territorio robado de Sudetenlanden el Estado artificial de Checoslovaquia. Hitler se esforzó mucho y durante mucho tiempo, hasta los últimos días de la paz, para alcanzar un acuerdo completamente razonable con Polonia en cuanto a las áreas y habitantes alemanes de Polonia, el puerto de Danzig (90% alemán), y el territorio separado de Prusia del Este; pero esto ha sido deliberadamente obscurecido por los engañosos agitadores occidentales, habiendo dado Gran Bretaña una completamente reprensible garantía general al atrasado Estado de Polonia para hacer de su régimen reaccionario algo irrazonable y belicoso, y así provocar la guerra deseada.
Hitler tenía razón en la importancia que él daba a una alianza anglo-alemana por la cual él durante mucho tiempo se esforzó. Con ella, la combinación de la Marina británica y el Ejército alemán podría haber conservado la paz del mundo, haber preservado el Imperio británico que Hitler valoraba enormemente y que hubiera servido como el núcleo para un orden mundial del hombre blanco salvaguardando a aquel hombre blanco por medio de la supremacía mundial. El embajador británico en Berlín registró el 26 de Julio de 1939: "Desde un comienzo Hitler ha buscado siempre sobre todo un entendimiento con Gran Bretaña" (Vansittart in Office, I. Colvin, p. 346). En realidad, un punto donde Hitler se equivocó fue cuando, en la búsqueda persistente de un acuerdo anglo-alemán, a pesar de todo él esperó que después de la derrota de Francia y el desastre de Dunkerque Gran Bretaña recobrara su juicio, mientras que, si él hubiera invadido en Julio de 1940, él hubiera casi ciertamente tenido éxito.
Hitler tenía razón en su concepción de un Nuevo Orden para Europa que se conformara a la realidad étnica antes que a las demarcaciones geográficas y otras que entran en conflicto con aquella realidad, y en su estímulo de la cooperación para el beneficio común, y de la unidad correspondiente a objetivos comunes.
Hitler tenía razón en haberse anticipado al diseñado ataque ruso, planeado para tomar ventaja de la guerra europea, lanzando su propio ataque primero en Junio de 1941, acompañado por la cruzada europea contra el comunismo que él patrocinó; y, si no hubiera sido por la inmensa ayuda material dada a Stalin por Gran Bretaña y EE.UU., él indudablemente habría aplastado a Stalin y habría eliminado la amenaza soviética que hoy sólo está enmascarada por la táctica astuta de Gorbachov, diseñada para ablandar a Occidente. Como fuere, hoy le debemos al gigantesco esfuerzo hecho por Alemania y sus aliados (incluyendo a todos los voluntarios extranjeros de las maravillosas Waffen-SS), que abarcó la desesperada defensa luchando hasta Mayo de 1945, que el Ejército Rojo no se hubiera abierto camino hasta Calais y estuviera hoy estacionado con el KGB en Dover, Durham y Dundee.
Que sea recordado con gran orgullo que nunca una causa ha sido defendida más valientemente hasta el más alto grado posible que la causa nacionalsocialista de Adolf Hitler. En la batalla por Nuremberg, escena de las mayores concentraciones que el mundo haya visto alguna vez, «los civiles alemanes, hombres, mujeres y jóvenes, se armaron para estar junto a las SSen una enconada lucha callejera en la cual la veterana 45ª División estadounidense "Thunderbird" sufrió enormes bajas. Los fanáticos destacamentos SS que defendían el Salón del Congreso nacionalsocialista, al que Adolf Hitler llamaba el alma del nacionalsocialismo, rechazaron nueve sangrientos asaltos estadounidenses antes de morir hasta el último hombre» (The Spear of Destiny, Trevor Ravenscroft, p. 335; Neville Spearman, 1972). ¡Éstos eran nuestra gente!. En Destination Berchtesgaden (Ian Allan Ltd., Londres, 1975), J. F. Turner y R. Jackson describen los rigores del avance de esta manera: «Aschaffenburg: los refuerzos alemanes llegaron, "muchos de ellos jóvenes fanáticos de 16 y 17 años que rechazaban rendirse y tenían que ser aniquilados". Schweinfurt: "Cada pequeña ciudad y pueblo en el camino a Schweinfurt estaban fortificados, cada colina y bosque ocupada por el enemigo mientras les fuera posible, a menudo por jóvenes nacionalsocialistas fanáticos". Würzburg: "Una vez más, los civiles se integraron a las tropas alemanas en la defensa de su ciudad natal, replegándose a las alcantarillas y a menudo apareciendo en la retaguardia de los estadounidenses"».
En el Berlín en llamas, los remanentes heroicos de los voluntarios extranjeros de las Waffen-SS, la élite de Europa, lucharon hasta el último y murieron defendiendo la vecindad de la Cancillería del Reich y el bunker donde Adolf Hitler entregó su vida, mientras otros héroes de la Juventud Hitleriana, algunos de sólo 14 años, tuvieron éxito en la posesión de los puentes sobre el río Spree hasta el último. Con sacrificios de sangre como éstos como nutriente, fue asegurada la potencia del nacionalsocialismo para sobrevivir y revivir.
Si hay alguna certeza en absoluto en este mundo, es que, si alguna vez surge un verdadero campeón de nuestra gente, él será denigrado hasta el extremo por las fuerzas de la ruina. De manera que son precisamente aquellos que hoy en Gran Bretaña son los mayores responsables de su actual espantosa condición quienes son los mayores responsables de la denigración de Hitler. Aquellos que nos están dañando más son precisamente aquellos que lo denigran más: ésa es la gran ecuación.
Hitler tenía razón en su denuncia de la democracia; esto en realidad deberíamos saberlo ahora por nuestra propia experiencia en Gran Bretaña hoy. Bruce Anderson en el Sunday Telegraph (del 29 de Marzo de 1987) dijo de la invasión afro-asiática de Gran Bretaña: "Los votantes nunca fueron consultados: si así hubiera ocurrido no habríamos tenido ninguna inmigración de gente de color en gran escala". Así, mientras que la dictadura de Hitler dio a la gente lo que ellos querían y preservó Alemania para la gente alemana, la democracia británica da al pueblo británico lo que ellos no quieren y lo llama "libertad".
Hitler tenía razón en su profecía de la oscuridad que seguiría a su derrota. Cuando examinamos la gama entera de males que actualmente sufrimos, desde las huelgas recurrentes al atraco de señoras mayores, desde la venta de drogas a la promoción de la perversión, desde las subvenciones al mundo de la gente de color hasta la degeneración conocida como "rock", tomamos nota del hecho de que Hitler no nos hubiera permitido estos benditos refinamientos de la democracia. También tomamos nota del hecho de que las proyecciones del actual índice de natalidad de la gente de color en Gran Bretaña muestran que dentro de cien años seremos una minoría en nuestro propio país. Ni siquiera el opositor más maniático de Hitler lo ha acusado alguna vez de querer convertir Gran Bretaña en una nación de Negros. Ha sido dejado a aquellos opositores el lograr precisamente eso.
La resistencia nacionalsocialista no cesó en 1945. Una figura épica de la guerra que rechazó renunciar a su creencia en el nacionalsocialismo y mantuvo contacto cercano con nacionalsocialistas de todo el mundo hasta su muerte en 1982, fue Hans-Ulrich Rudel. Este as de la aviación alemana tuvo un record mundial por 2.530 vuelos de combate, y otro por 519 tanques enemigos destruídos. Sin ayuda él hundió al acorazado soviético Marat y a 2 cruceros, así como a 70 barcos de suministro. Su lema era "Verloren ist nur wer sich selbst aufgibt” (Perdido está sólo el que se da por vencido).
Otra persona incondicional de los viejos días fue Winifred Wagner, la nuera inglesa del gran compositor Richard Wagner. Después de la guerra un tribunal de des-nazificación la condenó por el delito de apoyar activamente al régimen de Hitler al haber sido su amiga personal. Por este terrible delito ella fue condenada a 450 días de servicio de trabajo especial, su patrimonio personal fue confiscado, se le prohibió desempeñar cualquier cargo público o convertirse en un miembro de cualquier partido político durante cinco años, y se le prohibió incluso poseer un automóvil. Sin embargo, cuando fue entrevistada en una película en 1975 por aquellos que trataron en vano de conseguir que ella expresara algún rechazo hacia Hitler, esta magnífica dama los atacó repentinamente con el magistral comentario: "Si Hitler apareciera por la puerta hoy, yo estaría tan alegre y feliz de verlo y tenerlo aquí como siempre".
Y así la lucha ha continuado, como se ha podido ver en noticias recientes tocantes a Alemania, como el encierro de Peter Naumann por 4½ años por ser el autor intelectual del bombazo en 1979 de una antena de televisión cerca de Koblenz que interrumpió la transmisión del programa "Holocausto", y por conspirar para asaltar la prisión de Spandau cuando Hess estaba todavía vivo y encarcelado allí. Igualmente la prohibición de la organización Nationale Sammlung para impedirle participar en elecciones locales, demostrando así la falsedad completa de la democracia en aquel país, donde el nacionalsocialismo, el deseo de una mayoría alemana, ha sido prohibido desde 1945. Igualmente el titular en el Daily Telegraph recientemente: "El Neo-Nazismo en Aumento en Alemania Occidental".
Mientras el hombre sobreviva en este planeta, el nombre Adolf Hitler será recordado, con la verdad o con mentiras. Es para nosotros en los actuales días deprimentes tener la satisfacción de dar testimonio de la verdad acerca de él ante el torrente de mentiras. ¡Haga su obligación conmemorar y marcar el 101° aniversario de su nacimiento el 20 de Abril de 1990!. Cualquier otra cosa que usted haga en y alrededor de aquella fecha para honrar su nombre, asegúrese de que a las 6:18 de la tarde, el momento de su nacimiento, usted se detenga en silenciosa meditación, encendiendo una vela en su corazón en memoria del mayor campeón de los pueblos arios —vuestros pueblos— que este mundo haya visto alguna vez.
«¿Qué importa que el campo se haya perdido?
Todo no está perdido: la voluntad indomable,
y el estudio de la venganza, el odio inmortal,
y el coraje para nunca rendirse o ceder.
¿Y qué más hay para no ser vencido?»
—John Milton (1608-1674), El Paraíso Perdido—.
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