David Lloyd George, el político que aplaudió la caída del Zar en 1917, se negó a darle asilo y fue posteriormente culpado por su asesinato, fue Primer Ministro británico entre 1916 y 1922. En el otoño boreal de 1936 visitó, como congresista, a Hitler y sus programas de obras públicas, a quien había calificado como "el más grande alemán vivo"; y fruto de esa visita publicó el siguiente elogioso y realista artículo analítico I Talked to Hitler en el periódico The Daily Express el 17 de Septiembre de 1936. Traducido de ennseuropa.blogspot.com porque es bastante revelador, y ajeno a toda propaganda venenosa posterior, de las capacidades y talante y posibilidades bélicas de la Alemania de entonces como apreciada por un alto dignatario británico, antes de darse vuelta la chaqueta en 1940 en la Cámara de los Comunes, facilitando el ascenso del psicopático Churchill.
"Yo Conversé con Hitler" por David Lloyd George
17 de Septiembre de 1936
Acabo de volver de una visita a Alemania.
En tan corto tiempo uno sólo puede formarse impresiones o al menos comprobar las impresiones que años de observación a distancia por medio del telescopio de la Prensa y la constante investigación de aquellos que han visto las cosas a una distancia más cercana ya han hecho en la mente de alguien.
He visto ahora al famoso Líder alemán y también algo del gran cambio que él ha efectuado.
Independientemente de lo que uno pueda pensar de sus métodos —y ellos ciertamente no son los de un país parlamentario— no puede haber duda de que él ha conseguido una transformación maravillosa en el espíritu de la gente, en su actitud hacia los otros, y en su perspectiva social y económica.
Él correctamente afirmó en Nuremberg que en cuatro años su movimiento ha construído una nueva Alemania.
Ésta no es la Alemania de la primera década que siguió a la guerra —rota, abatida y abrumada con un sentido de aprehensión e impotencia. Está ahora llena de esperanza y confianza, y con un renovado sentido de determinación para conducir su propia vida sin la interferencia de ninguna influencia externa a sus propias fronteras.
Existe, por primera vez desde la guerra, un sentido general de seguridad. La gente está más alegre. Hay un gran sentido de alegría general del espíritu en todas partes del país. Es una Alemania más feliz. Lo vi en todas partes, y los ingleses con los que me encontré durante mi viaje y que conocían bien Alemania estaban muy impresionados con el cambio.
Un hombre ha llevado a cabo este milagro. Él es un líder innato de los hombres. Una personalidad magnética y dinámica con un propósito único, una voluntad resuelta y un corazón intrépido.
Él no es meramente el Líder nacional de nombre, sino de hecho. Él los ha puesto a salvo contra enemigos potenciales por quienes ellos estaban rodeados. Él también los está asegurando contra el temor constante del hambre, que es uno de los recuerdos conmovedores de los últimos años de la Guerra y los primeros años de la Paz. Más de 700.000 personas murieron de pura hambre en aquellos años oscuros. Usted todavía puede ver el efecto de ello en el físico de aquellos que nacieron en aquel triste mundo.
El hecho de que Hitler haya rescatado a su país del temor a una repetición de aquel período de desesperación, penuria y humillación, le ha dado una autoridad indisputable en la Alemania moderna.
En cuanto a su popularidad, especialmente entre la juventud de Alemania, no puede haber ningún género de duda. Los ancianos confían en él; los jóvenes lo idolatran. Ésta no es la admiración concedida a un Líder popular: es la adoración de un héroe nacional que ha salvado a su país del desaliento y la degradación completa.
Es verdad que la crítica pública del Gobierno está prohibida en cada forma. Esto no significa que la crítica esté ausente. He oído los discursos de prominentes oradores nacionalsocialistas desaprobando libremente.
Pero no he escuchado ni una palabra de crítica o de desaprobación hacia Hitler.
Él está tan seguro contra las críticas como un rey en un país monárquico. Él es algo más. Él es el George Washington de Alemania, el hombre que ganó para su país la independencia desde todos sus opresores. Para aquellos que realmente no han visto ni han sentido la manera en que Hitler reina sobre el corazón y la mente de Alemania, esta descripción puede parecer extravagante. A pesar de todo, es la pura verdad. Este gran pueblo trabajará mejor, sacrificará más, y, si es necesario, luchará con la mayor resolución, sólo porque Hitler les pide hacer así. Aquellos que no comprenden este hecho central no pueden juzgar las posibilidades presentes de la Alemania moderna.
Por otra parte, aquellos que imaginan que Alemania ha retornado a su antiguo carácter imperialista no pueden tener ninguna comprensión del carácter del cambio. La idea de una Alemania que intimida a Europa con la amenaza de que su irresistible ejército podría marchar a través de las fronteras, no forma parte de la nueva visión.
Lo que Hitler dijo en Nuremberg es verdadero. Los alemanes resistirán hasta la muerte a cada invasor en su propio país, pero ellos ya no tienen el deseo de invadir ninguna otra tierra.
Los líderes de la Alemania moderna saben demasiado bien que Europa es una proposición demasiado formidable para ser invadida y pisoteada por cualquier nación sola, a pesar de lo poderosos que pudieran ser sus armamentos. Ellos han aprendido esa lección con la guerra.
Hitler luchó en las filas durante la guerra, y conoce por experiencia personal lo que significa la guerra. Él también sabe muy bien que las probabilidades son aún más escasas hoy para un agresor que las que habían entonces.
Lo que era entonces Austria sería ahora mayormente hostil a los ideales de 1914. Los alemanes no se hacen ninguna ilusión con respecto a Italia. Ellos también están conscientes de que el Ejército ruso es en todo sentido mucho más eficiente que lo que lo era en 1914.
El establecimiento de una hegemonía alemana en Europa, que era el objetivo y el sueño del viejo militarismo de antes de la guerra, no está aún en el horizonte del nacionalsocialismo.
En cuanto al rearme alemán, no puede haber ninguna duda de su existencia. Todos los vencedores de la gran guerra, excepto Gran Bretaña, habiendo pasado por alto las obligaciones de su propio tratado con respecto al desarme, han hecho que el Führer haya roto deliberadamente el remanente que obligaba a su propio país.
Él ha seguido el ejemplo de las naciones responsables del Tratado de Versalles.
Es ahora una parte declarada de la política de Hitler levantar un ejército que sea lo bastante fuerte para resistir a cada invasor de cualquier parte que el ataque pudiera surgir. Creo que él ha conseguido ya aquella medida de inmunidad. Ningún país o combinación de países podría sentirse confiado de aplastar a la Alemania de hoy.
De ese modo, tres años de preparación febril han reforzado la defensa de Alemania para hacerla impenetrable de atacar excepto con un sacrificio de vidas que sería más espantoso que el infligido en la Gran Guerra.
Pero, como cualquiera que conozca la guerra puede contar, hay una gran diferencia entre un armamento defensivo y uno ofensivo. En el defensivo las armas no tienen que ser tan poderosas, y las tropas que los manejan no tienen que ser tan numerosas o tan bien entrenadas como en el ataque. Unos pocos artilleros seleccionados hábilmente escondidos y a cubierto pueden resistir a una división respaldada por una artillería demoledora.
Alemania ha construído fuertes posiciones defensivas, y tiene posiciones y, no tengo duda, un número suficiente de hombres entrenados, o mejor dicho semi-entrenados, con bastantes ametralladoras y artillería para defender esas posiciones en caso de un ataque. Alemania también tiene una flota aérea muy eficiente y poderosa.
No hay ninguna tentativa de ocultar estos hechos. El rearme procede muy abiertamente, y ellos se jactan de ello. Esto explica el auge del desafío lanzado contra Rusia. Ellos se sienten seguros ahora.
Pero le tomará a Alemania al menos 10 años levantar un ejército lo bastante fuerte como para hacer frente a los ejércitos de Rusia o de Francia en cualquier terreno salvo en el propio. Allí Alemania puede luchar con éxito, porque ella puede elegir los campos de batalla que ha preparado y fortificado cuidadosamente, y ella tiene muchos hombres suficientemente entrenados para defender las trincheras y los emplazamientos concretos.
Pero su ejército de conscripción es muy joven. Hay un vacío de años por llenar entre los reservistas, y en particular de oficiales. Como un ejército ofensivo, tomaría 10 años completos llevarlo hasta el nivel del gran ejército de 1914.
Pero cualquier intento de repetir las payasadas del presidente de Francia Raymond Poincaré en el Rühr se encontraría con una resistencia fanática de miríadas de hombres valientes que consideran la muerte por la Patria no como un sacrificio sino como una gloria.
Éste es el nuevo carácter de la juventud alemana. Hay casi un fervor religioso en cuanto a su fe en el movimiento y su Líder.
Esto me impresionó más que cualquiera otra cosa que yo haya presenciado durante mi corta visita a la nueva Alemania. Había una atmósfera renovadora. Esto ha tenido un efecto extraordinario en la unificación de la nación.
Católicos y Protestantes, prusianos y bávaros, patrones y trabajadores, ricos y pobres, han sido consolidados como un solo pueblo. Los orígenes religiosos, provinciales y de clase ya no dividen más a la nación. Hay una pasión por la unidad nacida de la necesidad extrema.
Las divisiones que siguieron al colapso de 1918 hicieron importante para Alemania afrontar sus problemas, internos y externos. El choque de pasiones rivales no sólo es desaprobado sino que está temporalmente suprimido.
La condena pública en contra del Gobierno es censurada tan despiadadamente como lo sería en un estado de guerra. Para un británico acostumbrado por generaciones a la libre expresión y a una Prensa libre, esta restricción sobre la libertad es repelente, pero en Alemania, donde tal libertad no está tan profundamente arraigada como aquí, la nación consiente en ello no porque tenga miedo de protestar sino porque ha sufrido tanto por causa de la disensión que la gran mayoría piensa que debe ser temporalmente suspendida a toda costa.
La libertad de crítica está por lo tanto y por el momento en la incertidumbre. La unidad alemana es el ideal y el ídolo del momento, y no la libertad.
Encontré en todas partes una hostilidad feroz e intransigente hacia el bolchevismo ruso, junto con una admiración genuina por el pueblo británico, y un deseo profundo de un mejor y más amistoso entendimiento con ellos.
Los alemanes han decidido definitivamente no pelearse nunca más con nosotros. Ni tienen ellos sentimientos rencorosos hacia los franceses. Ellos han sacado totalmente de sus mentes cualquier deseo de restauración de Alsacia-Lorena.
Pero existe un odio real hacia el bolchevismo, y lamentablemente está creciendo en intensidad. Esto constituye la fuerza impulsora de su política internacional y militar. Su conversación privada y pública está llena de ello. Dondequiera que usted vaya, no tiene que esperar mucho antes de que oiga la palabra "bolchevismo", y esto se repite una y otra vez con una reiteración que cansa.
Los ojos de ellos están concentrados en el Este, como si ellos estuvieran aguardando atentamente el comienzo del día de la ira. Contra esto, ellos se están preparando con meticulosidad alemana.
Este miedo no es postizo. Todos ellos están convencidos de que hay justificadas razones para dicha aprehensión. Ellos tienen temor del gran ejército que ha sido estructurado en Rusia en años recientes.
Una campaña anti-alemana excepcionalmente violenta denunciando abusos, impresa en la Prensa oficial rusa y propulsada por la radio oficial de Moscú, ha reanimado la sospecha en Alemania de que el Gobierno soviético está contemplando una conducta maliciosa contra la Patria (alemana).
Desafortunadamente, los líderes alemanes atribuyen esto a la influencia de judíos rusos prominentes, y este sentimiento anti-judío está siendo suscitado una vez más mientras se estaba desvaneciendo en la infamia. El temperamento alemán no se complace en la persecución más que el británico, y el buen humor innato del pueblo alemán pronto vuelve a la tolerancia después de una demostración de mal carácter. Cada admirador de Alemania —y me cuento entre ellos— ora fervientemente para que los discursos vociferantes de Goebbels no provoquen otra manifestación anti-judía. Esto haría mucho para marchitar las hojas verdes de la buena voluntad que estaban creciendo tan saludablemente en el requemado campo de batalla que alguna vez separó a las grandes naciones civilizadas.
Pero deberíamos actuar sabiamente para no dar una importancia desmedida a los recientes arrebatos contra Rusia. La verdad del asunto es que el Gobierno alemán en sus relaciones con Rusia está ahora bajo observación, algo de lo que nosotros mismos acabamos de surgir.
Todos podemos recordar el tiempo en que Moscú, mediante sus publicaciones oficiales, Prensa y radio, hizo ataques personales atroces contra ministros británicos individuales —Chamberlain, Ramsay MacDonald y Church-ill— y denunció nuestro sistema político y económico como una esclavitud organizada. Nosotros comenzamos esta campaña de calumnia estigmatizando a sus líderes como asesinos, su sistema económico como bandidaje, y su comportamiento social como una orgía de inmoralidad y ateísmo.
Ésta ha sido la forma común de la relación diplomática entre la Rusia comunista y el resto del mundo por ambos lados. No debemos olvidar que aun cuando teníamos a un Ministro ruso aquí, en realidad enviamos a la policía a asaltar uno de los edificios oficiales de la Embajada rusa, buscando evidencias de traición en sus envases de mantequilla congelada.
Nadie imaginó que estuviera destinado como un prolegómeno o una provocación a la guerra a ambos lados. El lanzamiento de improperios entre Alemania y Rusia es sólo el lenguaje habitual de la diplomacia a la cual todos los países han estado acostumbrados durante los últimos 20 años donde la Rusia comunista ha estado involucrada.
Es importante que debamos comprender, por el bien de nuestra paz mental, que una repetición de este indecoroso intercambio de insultos no presagia realmente en absoluto la guerra. Alemania no está más dispuesta a invadir Rusia que a enviar una expedición militar a la Luna.
¿Qué entonces significó el Führer cuando contrastó las ricas pero sub-cultivadas tierras de Ucrania y Siberia y los inagotables recursos minerales de los Urales con la pobreza del suelo alemán? Fue simplemente una réplica nacionalsocialista a la acusación lanzada por los soviéticos en cuanto a las miserias de la clase campesina y los trabajadores de Alemania bajo el gobierno nacionalsocialista.
Hitler contestó burlándose de los soviéticos aludiendo al uso miserable que ellos estaban haciendo de los enormes recursos de su propio país en comparación con el logro nacionalsocialista en una tierra cuya riqueza natural era relativamente pobre.
Él y sus seguidores le tienen horror al bolchevismo e indudablemente subestiman las grandes cosas que los soviéticos han llevado a cabo en su enorme país. Los bolcheviques responden subestimando los servicios de Hitler a Alemania. Es sólo un intercambio de amenidades abusivas entre dos Gobiernos autoritarios. Pero esto no significa la guerra entre ellos.
No tengo espacio para dar un catálogo de los planes que están siendo llevados a cabo para desarrollar los recursos de Alemania y para mejorar las condiciones de vida de su gente. Ellos son inmensos y están siendo exitosos.
Yo sólo desearía decir aquí que estoy más convencido que nunca de que el país libre al cual he vuelto es capaz de conseguir mayores cosas en aquella dirección si sus gobernantes sólo se armaran de coraje y pusieran sus mentes vigorosamente a la tarea.–
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