miércoles, 9 de abril de 2014

16 de Septiembre de 1919..sobre los judios

Fuente: archivo PDF  Hitler-FirstWritingOnTheJews  Querido Herr Gemlich,

Si la amenaza con la cual la judería enfrenta a nuestro pueblo ha dado lugar a innegable hostilidad por parte de una gran parte de nuestro pueblo, la causa de esta hostilidad se debe buscar en el claro reconocimiento de que la judería como tal está en forma deliberada o inconscientemente teniendo un efecto pernicioso en nuestra nación, pero sobre todo en el trato personal, en la mala impresión que el judío da como individuo. Como un resultado, el antisemitismo asume demasiado fácilmente un carácter puramente emocional. Pero ésta no es la respuesta correcta. El antisemitismo como un movimiento político no debe y no puede ser moldeada por factores emocionales sino sólo por el reconocimiento de los hechos. Ahora los hechos son éstos:

Para empezar, los judíos son indiscutiblemente una raza, no una comunidad religiosa. El judío mismo nunca se describe a sí mismo como un Alemán Judío, un Polaco Judío o un Americano Judío, sino siempre como un judío Alemán, Polaco o Americano. Los judíos nunca han adoptado más que la lengua de las naciones extranjeras en cuyo seno viven. Un Alemán quien se ve obligado a hacer uso de la lengua Francesa en Francia, el Italiano en Italia, el Chino en China no de ese modo se convierten en un Francés, Italiano o Chino – ni podremos llamar a un judío quien pasa a vivir entre nosotros y quien está por lo tanto obligado a utilizar el idioma alemán, un Alemán. Tampoco la fe Mosaica, por grande que sea su importancia para la preservación de esa raza, es el único criterio para decidir quién es un judío y quién no lo es. Hay apenas una raza en el mundo cuyos miembros pertenezcan todos a una sola religión.

A través de la endogamia durante miles de años, a menudo en círculos muy pequeños, el judío ha sido capaz de preservar su raza y sus características raciales con mucho más éxito que la mayoría de las numerosas personas con entre quienes ha vivido. Como un resultado allí vive entre nosotros una no-alemana, raza extranjera, no dispuesta y de hecho incapaz de deshacerse de sus características raciales, sus sentimientos particulares, pensamientos y ambiciones y no obstante que goza de los mismos derechos políticos como nosotros mismos hacemos. Y ya que incluso los sentimientos del judío se limitan al ámbito puramente material, sus pensamientos y ambiciones están obligados a ser por tanto incluso con más fuerza. Su danza alrededor del becerro de oro se convierte en una lucha despiadada por todas las posesiones que nosotros sentimos en el fondo que no son lo más alto y no las únicas que vale la pena luchar en esta tierra.

El valor de un individuo ya no está determinado por su carácter o por la importancia de sus logros para la comunidad, sino únicamente por el tamaño de su fortuna, su riqueza.

La grandeza de una nación no se mide por la suma de sus recursos morales y espirituales, sino sólo por la riqueza de sus posesiones materiales.

Todo esto se traduce en esa actitud mental y esa búsqueda por el dinero y el poder para protegerlo el cual permiten al judío devenir tan inescrupuloso en su elección de los medios, por tanto despiadado en el uso de sus propios fines. En los estados autocráticos se agacha ante la “majestad” de los príncipes y abusa de sus favores para convertirse en una sanguijuela en su pueblo.

En las democracias compite por el favor de las masas, se agacha ante “la majestad del pueblo’, pero sólo reconoce la majestad del dinero.

Debilita el carácter del príncipe con adulación bizantina; el orgullo nacional y la fuerza de la nación con ridícula y descarada seducción al vicio. Su método de batalla es esa opinión pública la cual nunca se expresa en la prensa pero la cual no obstante se maneja y falsifica por ella. Su poder es el poder del dinero, el cual se multiplica en sus manos sin esfuerzo y sin fin a través del interés, y con el cual impone un yugo sobre la nación que es lo más pernicioso en que su brillo disfraza sus trágicas consecuencias en última instancia. Todo lo que hace que las personas se esfuercen por metas más altas, sea la religión, el socialismo, o la democracia, es al Judío simplemente un medio para un fin, la manera de satisfacer su codicia y sed de poder.

Los resultados de sus trabajos es la tuberculosis racial de la nación.

Y esto tiene las siguientes consecuencias: el antisemitismo puramente emocional encuentra su expresión final en la forma de pogroms. El antisemitismo racional, por el contrario, debe conducir a una lucha sistemática y legal contra, y la erradicación de, los privilegios que los judíos disfrutan sobre los otros extranjeros que viven entre nosotros (Leyes Extranjeras, probablemente se refiera a leyes relativas a extranjeros como de inmigración y de derechos respecto a extranjeros). Su objetivo final, sin embargo, debe ser el traslado (*) total de todos los judíos de nuestro medio. Ambos objetivos sólo pueden ser alcanzados por un gobierno de fuerza nacional y no uno de impotencia nacional.

La República Alemana debe su nacimiento no a la voluntad nacional unida de nuestro pueblo, sino a la explotación clandestina de una serie de circunstancias que, tomadas juntas, se expresan en una profunda, insatisfacción universal. Estas circunstancias, sin embargo, surgieron independientemente de la estructura política y están en funcionamiento incluso hoy en día. De hecho, más que nunca antes. De ahí, una gran parte de nuestro pueblo reconoce que cambiar la estructura del Estado no puede en sí mismo mejorar nuestra posición, sino que esto sólo se puede lograr por el renacimiento de las fuerzas morales y espirituales de la nación.

Y este renacimiento no puede ser preparado por el liderazgo de una influencia mayoritaria irresponsable, por dogmas de partido o por los latiguillos y eslóganes internacionalistas de una prensa irresponsable, sino sólo por actos decididos por parte del liderazgo de mente nacional de mente con un sentido interno de la responsabilidad.

Este mismo hecho sirve para privar a la República del soporte interno de las fuerzas espirituales que cualquier nación necesita muy seriamente. De ahí que los actuales dirigentes de la nación estén obligados a buscar apoyo de esos quienes solo se han beneficiado y continuarán beneficiándose de cambiar la forma del estado alemán, y quienes por esa misma razón se convierten en la fuerza motriz de la revolución – los judíos.

Haciendo caso omiso de la amenaza judía, lo cual sin duda es reconocido incluso por los líderes de hoy en día (como diversas declaraciones de destacadas personalidades revelan), estos hombres son forzados a aceptar favores judíos para su beneficio privado y para devolver estos favores. Y el repago no implica meramente satisfacer todas las demandas judías posibles, sino por encima de todo prevenir la lucha del pueblo traicionado contra sus defraudadores, mediante sabotear el movimiento antisemita.

Atentamente,

Adolf Hitler

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