Lo primero que hay que fijar en relación con la política de Wagner es su carácter netamente alemán, en este momento albergó Wagner en su corazón dos sentimientos aparentemente contradictorios.Por un lado es un alemán en el pleno sentido de la palabra, y por el otro un hombre universal según el ejemplo de Jesucristo.
La cuestión racial ocupaba ya su atención total, no era ya un alemán instintivamente, sino a ciencia cierta y comenzó la lucha contra lo no germánico en el corazón de su propio pueblo, en el arte alemán. Desde este momento representó con valentía su germanismo, no solamente contra los ataques del Judaísmo, sino también contra los extranjeros, en definitiva contra todo lo no alemán. Con ello se granjeó al principio el odio de las demás naciones, sin embargo ahora, cuando lo alemán, representado en su arte, se ha introducido silenciosamente en todos los países, ha conquistado en todo el mundo la gloria del precursor y del representante más genuino de lo más característico alemán.Ahora bien, hay que hacer hincapié en el hecho de que Wagner nunca, ni aún en tiempo de la revolución, se entregó al internacionalismo. En su escrito La obra de arte del futuro, diferencia dos fenómenos principales del desarrollo de la humanidad: el nacional genético y el no nacional universal. El valor del nacional genético lo reconoce en dicha obra con el entusiasmo más alegre. Lo que Wagner reprocha en el mismo escrito a nuestros Estados modernos es ciertamente el hecho de que no se fundamenten mayormente en una base nacional-genética, sino que constituyan las asociaciones más antinaturales de personas, creadas únicamente por arbitrariedades como por ejemplo los intereses dinásticos familiares. ¡Mi actitud es: hacer la revolución dondequiera que vaya!”. Estas palabras pueden considerarse como el eslogan electoral de Wagner para toda su vida. Y si alguien le tilda de revolucionario no es posible contradecirle, salvo en una premisa que el propio Wagner en su período de tormenta y de ímpetu no creía ni él mismo , y es en una revolución política y, por lo tanto, no se le puede considerar en modo alguno como un revolucionario político. En la posibilidad de una reforma a fondo y con éxito sólo creyó Wagner durante un período muy corto, quizás sólo unas semanas, durante el transcurso del año 1848. Ya en el verano de 1849 escribió El Arte y la Revolución y en setiembre de 1850 comunica a Uhlig su no creencia actual en ninguna reforma y su sola creencia en la revolución. Wagner es del mismo punto de vista que Schiller. También para éste nuestro estado actual es de emergencia y para él oscila el espíritu del tiempo entre equivocación y barbarie, entre perversidad y naturaleza elemental. También Schiller espera del futuro otro orden, pero reconoce que del estado actual no cabe esperar, pues el Estado tal y como está ahora constituido ha motivado la desgracia. La revolución de la humanidad de Wagner es pues la misma que la de Schiller de estados de emergencia; consideran a la humanidad como en un estado caótico de tránsito y esto desde el momento en que nació la política doctrinaria; y la meta que él busca desde el principio, es lo que Schiller llama el Estado de la libertad, sustituyendo al Estado de la necesidad de emergencia, el fin de esta revolución permanente. Lo único que diferencia aquí a Wagner de Schiller no es el punto de vista, sino la exposición. En sus Cartas sobre la educación estética del hombre, se basa Schiller desde un principio en Kant; Wagner, por el contrario, se basa en el arte griego. En la exposición de Schiller rige lo filosófico, en la de Wagner lo artístico. Con ello la de Schiller posee un carácter sublime pero sin vehemencia y la de Wagner, en cambio, tiene el sello de la pasión ardiente. Lo que afirma Schiller contiene, quizás, más verdad inatacable, aunque resulte más abstracta, incomprensible. Wagner, por el contrario, es unilateral, sin miramiento, aunque por ello más penetrante.
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