En esta entrada vamos a contar algo que a la chusma "progre" no le interesa saber, bien por desconocimiento o simplemente por ignorancia, ya que solo saben acusar a cierto personaje de perseguir sabandijas judias..En vista, por un lado, de la persistencia de resentimientos antisemitas y, por el otro, el aborrecimiento del sistema en amplios estratos de la población, la sobrerrepresentación de funcionarios judíos en el PC de la Unión Soviética generó para los judíos una situación muy difícil. La propaganda de Stalin durante las “purgas” de los años treinta tuvo tantos retintes antisemitas que destacados historiadores judíos han acusado al georgiano de generar un Holocausto de los judíos soviéticos y hasta mencionan que los crímenes del comunismo soviético contra los judíos incluso constituyen otra clase de Shoa. Se hace, pues, necesario entrar en el detalle de esta persecución y, al hacerlo, cabe preguntarse cómo se explica el cambio de rumbo del originalmente “judeófilo” [8] régimen soviético y por qué los nacionalsocialistas siguieron hablando, a pesar de todo, de un “bolchevismo judío”. Aunque también es cierto que Goebbels, en ocasión de los manipulados juicios de Moscú en enero de 1937 anotó en su diario personal que Stalin “quizás . . . consiga sacarse de encima a los judíos por repugnancia..En la fase tentadoramente mesiánica del bolchevismo, caracterizada por su pretensión políticamente redentora, los comunistas procedentes de familias judías desempeñaron un papel realmente espectacular, al principio parcialmente incluso dominante, no en última instancia también en el Comintern. La imagen de un “bolchevismo judío” se relaciona fundamentalmente con esto y no tanto con dudosas teorías conspirativas. En la actualidad es frecuente que se pase por alto que el régimen soviético, al profesar expresamente métodos terroristas, se había desacreditado en todas partes a los ojos del mundo civilizado de aquella época. Y esto, específicamente, por:
La guerra civil rusa con su brutal, colectivista, persecución “clasista” de la nobleza, la Iglesia, los campesinos y los ciudadanos comunes así como con su exclusión de los socialistas democráticos y la intelliguentsia burguesa.
Los alzamientos militares y las guerras civiles orquestadas en Europa central por el Comintern, con la asistencia de los partidos comunistas fundados y financiados por el mismo.
La muerte aprobada y aceptada de millones de campesinos (“kulaks”) en ocasión de la colectivización del agro.
La imagen de un régimen soviético asesino que no respetaba ningún principio del Estado de derecho y que perseguía a los cristianos se había asentado fuertemente en todo el mundo occidental y de ningún modo solamente en la derecha política. Para entender las causas más profundas de la persecución de los intelectuales judeo-comunistas acusados de “cosmopolitas”, “trotskistas” y “sionistas” en la Unión Soviética de los años treinta del Siglo XX, hay que tener presente que Stalin ya había manifestado antes su tendencia antisemita como, por ejemplo, cuando insultó a los mencheviques llamándolos “judíos circuncidados”. Obviamente con su antisemitismo intentaba presentarse ante los rusos como un gran patriota ruso y, simultáneamente, utilizar a los judíos como chivos expiatorios por los déficits del sistema soviético. El escritor irlandés Liam O’Flaherty viajó por Rusia en 1930 y publicó su informe en 1931. Como agudo observador que era, sobre el rampante antisemitismo que pudo observar en Rusia manifestó su temor a que “los judíos podrían llegar a tener éxito en autoliquidarse con ayuda del comunismo”.
A Stalin, por de pronto el antisemitismo le fue útil como un medio de dominación calculadamente empleado. Este antisemitismo se reforzó, de un lado por la gran cantidad de funcionarios judíos en el sistema soviético y, del otro lado, por la afluencia al partido de muchos trabajadores no socializados. Al generarse una brecha considerable entre las promesas redentoras del partido y la triste realidad social – caracterizada por la desorganización de la producción, el hambre y la criminalidad – la contradicción ostensible requirió una explicación. Gabor Rittersporn, en su libro Die sowjetische Welt als Verschwörung (El Mundo Soviético como Conspiración) describe cómo el sistema soviético intentó explicar sus fracasos culpando al trabajo de zapa y al sabotaje de supuestas fuerzas oscuras como las de saboteadores, capitalistas, imperialistas y, no en último término, también “sionistas” – entiéndase: judíos.
Cuando Stalin hipócritamente declaraba que no estaba atacando a Zinoviev, Kamenev, Trotsky y Radek por ser judíos, en realidad quería estigmatizarlos precisamente como judíos. Lev Mechlis, su secretario que ascendió hasta integrar el Comité Central, y su confidente Lasar Kaganovich, que en 1938 era el segundo hombre de la Unión soviética en su calidad de vicepresidente del Consejo de Comisarios del Pueblo y presidente del Politburo, le sirvieron de coartada para argumentar que no tenía nada en contra de los judíos. A Kaganovich, responsable por la demolición de la Catedral de Cristo Salvador de Moscú, lo caracteriza el haber exigido que a los enemigos de la clase proletaria había que tratarlos “rompiéndoles la crisma”. Kaganovich fue enviado en 1925 a Ucrania para tomar las riendas del poder en calidad de secretario general del Comité Central. Tanto él como Gengrich Jagoda, el jefe judío del servicio secreto soviético que a su vez resultó también víctima de Stalin más tarde, son los principales responsables de la muerte de millones de campesinos, especialmente en Ucrania. Lo mismo puede decirse de Jakob Epstein, quien en 1922/23 fue el jefe adjunto de la sección Agitación y Propaganda (Agit-Prop) del Comité central ruso y luego, en 1929, fue nombrado Comisario del Pueblo para la Agricultura.
A través de la colectivización del agro, en una Unión Soviética de fuertes características agrarias, el socialismo intentó convertirse en hegemónico a través de una segunda revolución. Mirada de cerca, la colectivización significó una guerra contra los campesinos independientes y un ataque a la cultura campesina marcadamente cristiana que ha sido calificado de genocidio cultural. El saldo fue de alrededor de 14,5 millones de muertos entre 1930 y 1937. En la literatura sobre los genocidios, el ocurrido en ocasión de la persecución de los “kulaks” se compara explícitamente con otros que también han ocurrido.
Lo espantoso de las condiciones causadas por la colectivización queda de relieve a través del informe del embajador lituano en Moscú en 1933. Según el mismo, en Ucrania no se podían encontrar cadáveres de niños porque los propios campesinos confiesan que se comen la carne de los niños muertos. Solo el Ejército Rojo y los obreros de las fábricas reciben una provisión aceptable de alimentos.
Rafael Abramovich, un menchevique proveniente del Bund judío, cita en su libro Wandlungen der bolschewistischen Diktatur (Los cambios de la dictadura bolchevique) de 1931, un artículo del New York Times del 3 de febrero de 1930. Según el mismo, ya en esa fecha había no menos de 2 millones de campesinos arrestados y deportados de los cuales aproximadamente la mitad se hallaban en campos de concentración.
Aparte de sus procedimientos sistemáticos, el régimen nacionalsocialista se diferenció del sistema soviético en que este último fue siempre menos ordenado y predecible. Con todo tuvo una constante: entre los enemigos favoritos de Stalin se cuenta el estrato de cuadros dirigentes intelectuales teóricos de la revolución entre los cuales hubo comparativamente muchos judíos. Por el contrario, los revolucionarios prácticos , a los cuales también pertenecieron muchos rojos asimilados, quedaron por de pronto relegados a los estratos intermedios y bajos del partido y, con ello, estuvieron menos expuestos y pudieron sobrevivir en muchos casos.
Algunos de ellos participaron en las purgas asesinas. Así, por ejemplo, Lev Mechlis quien desde 1937 hasta 1940 fue director de la administración política principal del Ejército Rojo, y también Lasar Kaganovich. Va de suyo que estos dos funcionarios de primera línea declararon públicamente que no se consideraban judíos.
Kaganovich nació en la frontera bielorrusa-ucraniana como hijo de un sastre de habla yiddish y había asistido a una yeshiva. A diferencia de sus hermanos se negó a tomar la Bar Mitzva (Confirmación). Incluso con su matrimonio con una rusa se alejó del judaísmo. Contrariamente a los internacionalistas judíos, Kaganovich era un típico proletario que despreciaba a los intelectuales desde su propia ignorancia y se había vuelto contra su propio pueblo como un judío que se odia a sí mismo.
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